Con el título de 'Elogio de la traición' y el subtítulo ‘Sobre el arte de gobernar por medio de la negación’, Denis Jeambar y Yves Roucaute, dos influyentes analistas y pensadores franceses, ofrecen una nueva mirada a la política contemporánea, cuyo objeto es gobernar la ultramodernidad.
Su tesis central es que la que los moralistas llaman traición está inscrita en el sistema mismo de la democracia, mientras la exigencia de adhesión fiel a las personas o las ideologías conduce a los autoritarismos.
El llamado traidor es un demócrata por naturaleza, está atento a las corrientes cambiantes de opinión y a nuevas circunstancias, y es capaz de llegar a compromisos que salven el consenso mínimo para preservar el Estado y los intereses de la sociedad a largo plazo. El traidor puede gobernar con sus adversarios, a quienes exige una dosis igual de traición a sus anteriores posiciones.
El rey Juan Carlos de España traicionó el legado del dictador Francisco Franco y entregó el poder a Adolfo Suárez y luego al socialista Felipe González, quien a su vez abandonó el socialismo y traicionó su anterior oposición a la monarquía y a la integración con Europa. Los dos traidores hicieron posible la llegada de España a la prosperidad económica, la modernidad democrática y a la Unión Europea. Así hay muchos ejemplos contemporáneos ilustrados por los autores.
Jeambar y Rocoute sostienen que los grandes estadistas modernos han sido todos grandes traidores. Impidieron, mediante la negación y el pragmatismo, las polarizaciones que amenazaban destruir sus sociedades, incumplieron las promesas de redención que los llevaron al poder y defraudaron a los seguidores que creyeron alcanzar con ellos su propio éxito personal. Con ello, salvaron la democracia y la pluralidad de fuentes del poder, siempre cambiantes e inestables, como sus sociedades. El gran traidor es respetuoso de la ley y la diplomacia, esos frutos maduros de la mentira, la transacción y el compromiso. Sacrifica la inercia del pasado para abrir camino al futuro.
El gran traidor es opuesto al caudillo, quien, aunque también traiciona a todos, esgrime en su contra el poder de la condena moral a la traición. Macchiavello, consejero de Lorenzo de Medicci en Florencia, gran conocedor de la naturaleza del poder, es el inspirador del gran traidor. El traidor es fiel a la democracia, que le niega el poder absoluto y cuyos límites conoce y respeta, mientras el caudillo se identifica con el poder y pretende que nadie más lo dispute ni lo limite.
¿Qué le habría ocurrido a Colombia si Juan Manuel Santos no hubiera traicionado a Álvaro Uribe, si no hubiera reconocido la existencia del conflicto armado y sus víctimas, si no buscara la paz, esa traición recíproca al deseo de venganza de las víctimas del pasado para evitar las del futuro? Mientras el gobierno de Uribe fue una alianza de víctimas y enemigos de las guerrillas, encabezada por el caudillo, a la vez víctima y vengador, el de Santos sacrifica el exterminio vengativo a cambio de que las guerrillas renuncien a su revolución imposible y reconozcan el poder del Estado, al firmar la paz, que se negocia gracias a la apertura democrática que hace el Estado para que sus propuestas pueden ser disputadas por medios pacíficos.
Alejandro Reyes Posada*