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La muerte de los suelos y el cambio climático

Alejandro Reyes Posada
06 de diciembre de 2022 - 05:30 a. m.

La agricultura convencional difundida por la “revolución verde”, con arado y agroquímicos, está acabando con la vida orgánica de los suelos y llevando a la desertificación de dos tercios de la superficie del planeta. En el pasado, la muerte de los suelos acabó con grandes civilizaciones en el Medio Oriente, África y Asia, y ahora está erosionando la gran planicie norteamericana hasta un punto de no retorno. En Colombia la muerte de los suelos ha erosionado un 40 % de la superficie del país y es la causa directa de las inundaciones en 850 municipios, luego de tres años seguidos del fenómeno climático de La Niña.

Las consecuencias son múltiples. Primera, los suelos se vuelven emisores de CO2 en vez de ser sumideros de carbono, como ocurre cuando hay microorganismos y plantas, agravando el cambio climático. Segunda, se desorganiza el sistema hídrico, porque se pierde la capacidad de retención de agua en los suelos y la lluvia se transforma en agua de escorrentía arrastrando la capa orgánica hacia los ríos, que colmatan su cauce con sedimentos y obligan al agua a inundar las planicies adyacentes. Tercera, destruye la biodiversidad, tanto en la superficie como en el suelo, porque acaba con insectos, lombrices y hongos que hacen el trabajo invisible de liberar minerales para hacerlos asimilables por las plantas. Cuarta, la producción de alimentos envenenados con agrotóxicos llega a la mesa, con efectos letales para la salud porque aumenta la incidencia de enfermedades crónicas. Así como se matan los microorganismos del suelo se mata la flora intestinal, causando desnutrición y deterioro del sistema inmune en animales y humanos.

El error fatal de la revolución verde fue asumir que los suelos eran inertes y que para producir era necesario aplicarles abonos químicos, con el costo de debilitar el sistema inmune de las plantas, lo cual requería usar pesticidas contra insectos y hongos, así como herbicidas contra las mal llamadas malezas, que en realidad enriquecen la vida de los suelos. Las grandes beneficiarias de la revolución verde son las cinco multinacionales que controlan el mercado de fertilizantes y plaguicidas químicos del mundo: Bayer, Syngenta, Dow Chemical, Basf y Monsanto, que también controlan la industria farmacéutica. Por eso se habla hoy del complejo agrofarmacéutico, que domina cerca del 60 % de la producción de alimentos envenenados del mundo.

Como los alimentos con agrotóxicos dañan la salud de la población, la segunda parte del negocio de las multinacionales es vender los fármacos que tratan desde las enfermedades crónicas como la diabetes, las enfermedades autoinmunes como la artritis, hasta el cáncer. En Europa la expectativa de vida libre de fármacos es de 41 años, después de los cuales, hasta los 85, la persona es cliente obligada de la industria farmacéutica.

Si se quiere proteger al país de inundaciones y deslizamientos, no hay una política más eficaz que la regeneración de los suelos en la agricultura y la ganadería. Por cada 1 % de aumento de materia orgánica en el suelo se capturan 132 toneladas de CO2 de la atmósfera y se retienen 144.000 litros de agua por hectárea. La agricultura regenerativa de suelos comienza por la siembra directa, sin arar ni exponer los suelos al sol, manteniendo siempre la cobertura vegetal, usando abonos orgánicos y estimulando la biodiversidad de hierbas, arbustos y árboles. Produce alimentos sanos, captura el CO2 de la atmósfera y regula el sistema hídrico, evitando inundaciones y deslizamientos, que serán mayores cada año por efecto del cambio climático. El mejor efecto es que libera a los productores de invertir en fertilizantes y agrotóxicos, reduciendo sus costos de producción y mejorando sus ingresos, con una productividad que crece a medida que se enriquece la capa orgánica del suelo.

 

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