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LOS FRENÉTICOS TITULARES económicos se parecen cada día más a los indicadores del dólar o del petróleo. Fluctúan entre la depresión económica, los embargos hipotecarios, impuestos, recortes, alzas y demás terminología que el resto de mortales de este país de “pasión” sólo apropia cuando la factura de la energía pasa de un monto pagadero a uno desquiciado al siguiente mes, como lo han sufrido los residentes de algunos barrios capitalinos.
O cuando en televisión se observan comerciales que para anunciar la ventaja de un producto de consumo, dicen que se puede llevar por sólo $150 pesos y que además se puede reutilizar. ¡Eso no sólo es pensar en el ambiente sino también en la salud pública! Y qué tal el otro que, además de festejar a los niños que van al baño solos, les inculca el precioso valor de la economía, al no gastar más cuadros de papel de los necesarios. Pero éste sería tema de otro columnista.
¿Recuerdan aquellos tiempos idos en que el placer de caminar aumentaba porque se encontraban billetes huérfanos? Ahora ni monedas, sólo colillas de cigarro pisoteadas, que alguien más recoge para terminar de aspirar. Ahora se camina justo y con lo justo. Es más, ni siquiera sabemos con certeza —y en esto quién no da palos de ciego— a qué era de la humanidad pertenecemos. ¿Será la “más profunda depresión después del 29”, o “la de apretar el cinturón”, o más aun: en la de la “PILA”? Los bolsillos de la mayoría de las familias colombianas están remendados a punta de préstamos, giros, sobregiros, intereses, UPAC y UVR.
Como si todo esto no bastara, se suman las llamadas clarividentes, muy a las 7 a.m. de un domingo, las 9:30 p.m. de un lunes, las 4 p.m. de un miércoles y las 12:30 de un viernes a los hogares, los celulares y hasta los lugares de trabajo de la gente, por parte de los centros de cobranzas —chepitos telefónicos— que insisten en informar “sobre la mora en los productos”. Son tan gentiles en detallar los días de mora, los intereses que éstos generan... “Interés, cuánto valés”. No queda más remedio que aceptar la deplorable condición de deudor. Y menciono deplorable porque dentro de todas las condiciones humanas, muy por debajo de los corruptos, muy por debajo de los asesinos, hasta muy por debajo de un paramilitar o de un guerrillero, ser deudor es lo más terrible en un sistema financiero donde el cliente “nunca tiene la razón”.
Pero como somos uno de los países más felices del planeta, tenemos la oportunidad de ser deudores felices... Una verdadera tragicomedia, descrita de algún modo en este estribillo: “Estoy ya cansado de estar endeudado/ de verte sufriendo por cada centavo,/ dejémoslo todo y vámonos para Miami”... O en el último de los casos para ¿Quién quiere ser millonario?
* Decana Comunicación Digital, Universidad Antonio Nariño
