LA CARTA DE DON BERNA, AFIANZANdo las acusaciones de Don Luis contra Alonso Salazar, alcalde de Medellín, es temeraria, pero además, sospechosa. Conozco a Salazar, un hombre del pueblo, más escritor que político. Creo que es un hombre limpio y decente. No veo a Alonso negociando con un bandido de la calaña de Don Berna.
La sospecha va por otro lado. Parecería como si Don Berna, un asesino enriquecido a punta de sangre y traición, no estuviera muy contento en la Metropolitan Correctional Center de Nueva York. No sólo porque le está prohibido usar ponchito o mulera al hombro, sino porque el traidor se siente traicionado y ha mandado con Diego Álvarez, su abogado, un mensaje claro: estoy dispuesto a hablar de allá, ya que aquí no conversan. Como buen tránsfuga, sabe que el apoyo de Don Luis les sirve a sus hombres y se despacha contra Salazar.
Sin ser lo mismo, hay algo también muy grave y muy rojo en las declaraciones que HH, Héber Veloza, hizo hace unos días sobre las masacres de El Aro, La Balsita y Buenaventura. Sus denuncias embadurnan a personajes poderosos cuyos nombres es mejor no menear. Las investigaciones, si las hay y son veraces, dirán la última palabra. A guiarnos por las caras que han ido adquiriendo Mancuso y Tovar Pupo en EE.UU., y sobre todo por sus últimas declaraciones, algo les corre pierna arriba a quienes los financiaron, protegieron y usaron. Los dos están encolerizados porque son acusados de tráfico de drogas en lugar de ser reconocidos como caudillos políticos. Ronronean y están que se despachan sin sordina.
En la emisora Doble U —bautizada en La Luciérnaga, supercorte o corte alterna—, un soldado paramilitar sin galones y sin condecoraciones preguntó desde la cárcel de Chiquinquirá: “¿Acaso somos nosotros los únicos que hacíamos las cosas? Nos tratan de locos, como si un día nos hubiera dado por matar. ¿Acaso no teníamos mandos y protectores? ¿Dónde están ellos?”. Es lo mismo que piensan y opinan Don Berna, HH, Mancuso, Tovar Pupo et al. Porque el trato hecho con el Gobierno contemplaba sólo las ceremonias de entrega de fierros ferrosos y la concentración de Ralito a cuerpo de rey: mucha prensa, mucho respeto, mucha venia. Hasta ahí, todo fue miel sobre hojuelas. Pero la intemperancia de Luis Carlos Restrepo les fue sacando la piedra, la leve reducción de atenciones los puso moscas y una madrugada sucedió lo que ni soñaban: fueron remitidos a Cómbita y después montados en un avión rumbo a USA. El Departamento de Estado no soportaba tanta burla. Si desde las cárceles de máxima seguridad colombianas conservaban mando sobre su gente, y sus negocios seguían floreciendo, desde EE.UU. la historia fue diferente.
Sus hombres quedaron como moros sin señor y sobre todo sin el chequecito de Reinserción que, pasados dos años, el Gobierno debía suspender. Los rasos en libertad, que son cerca de 28.000, siguen delinquiendo y aterrorizando los pueblos y las veredas donde fueron conocidos motosierra al hombro. Tienen negocios de moto taxi o de gota a gota y hacen “vueltas” bien pagadas. Los testaferros, lejos del poder de sus señores, se quedarán con los bienes que les fueron escriturados. Los cómplices de alta alcurnia, chequeras gordas y medallas gozan de plenos poderes, mientras sus socios son humillados, juzgados y, sin duda, serán condenados en EE.UU.. Y esto sí que no lo aceptan sin contraprestaciones los Don Berna, los Mancuso, los Pupo. Quedan en la calle. O mejor, en la cana, y sin el consuelo siquiera de un jabón de olor. ¿Para qué les sirve ser acusados de narcotráfico y exculpados de crímenes de lesa humanidad en USA si no tienen bienes para devolver ni plata con qué pagar las fianzas? La traición se ha consumado, dirán, y ahora tallamos nosotros. Sin nada en sus bolsillos, ¿qué pueden hacer? ¡Hablar, para no sentirse tan solos!
Nota: Honra a Camilo Gómez haber sido derrotada en el Senado su legítima aspiración a la Procuraduría. Demuestra que no tuvo que hacer concesiones ni lobbies ni repartijas.