El Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) de la Policía Nacional es un cuerpo armado creado por el Plan Colombia y destinado formalmente a velar por el orden público, pero en realidad se ha convertido en un instrumento de represión de las manifestaciones públicas de protesta ciudadana.
La violencia que lo caracteriza ha sido denunciada por ONG de derechos humanos y sufrida por miles de inconformes. Las últimas actuaciones contra el paro cívico en Buenaventura tuvieron un resultado contrario a lo esperado: las manifestaciones fueron creciendo de 10.000 a 120.000 personas. La gente se indigna, se enfrenta, pelea y odia. Lo mismo ha sucedido en el paro de maestros: bombas aturdidoras, gas, agua, garrote, patadas. En pleno proceso de paz, la gente no entiende cómo y por qué la golpean. El Gobierno no parece darse cuenta de la contradicción y menos de que el palo no está para cucharas. O mejor: “¡En las que estamos, Juan Manuel, y tu cortando orejas!”. El Gobierno no está en su mejor hora política. La gente amordazada y golpeada por el Esmad no será la más fiel defensora de los acuerdos de La Habana a la hora de salir a votar el año entrante.
En otro plano, la perspectiva es negra. La violencia del Esmad ha ido creciendo a medida que la paz se abre camino. La gente se siente más libre para manifestar su desacuerdo con las políticas del Gobierno porque asume que ya no la pueden sindicar de vínculos con la guerrilla. Y así debería ser: si la oposición política ha dejado de ser armada, el Estado debería cesar su agresión armada contra la oposición. Pero no. No es ni será así. En el campo la insurgencia se reducirá cada vez más. Quedan los paramilitares, que según el orden legal vigente no son objetivo militar legítimo del Ejército, ni de la Armada ni de la Fuerza Aérea. Son objeto de represión policial, que no puede reprimirlos porque los paras les dan sopa y seco.
A largo plazo las Fuerzas Armadas deberán regresar a sus cuarteles (si es que Trump lo permite) y el martillo pasará a ser manejado por la Policía, una fuerza ambivalente que depende del ministro de Defensa, aunque es un cuerpo de naturaleza civil. El mazo de esa herramienta será el Esmad, al que pasará gran parte de la plata que se usa hoy para combatir a la guerrilla porque, por lo que se está viendo, el conflicto se desplazará de los montes y montañas a las calles y carreteras. Y aquí también la inconformidad se topará con la represión armada, que aumentará al ritmo y en la medida en que el Estado no sea capaz de cumplir sus funciones. Los conflictos sociales no sólo no se acabarán con los acuerdos con las guerrillas, sino que se agravarán puesto que se manifestarán más abiertamente. La gente apelará cada vez más a expresar su oposición, y el Gobierno a reprimirla, con lo que no hará nada distinto a fortalecerla e inclusive a fomentar nuevos intentos de levantamientos armados. ¿Será que esta es la verdadera estrategia del generalato?