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Alfredo Molano Bravo
11 de agosto de 2012 - 11:00 p. m.
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El senador de Boyacá Edgar Espíndola invitó a un grupo de aficionados a los toros a intercambiar opiniones sobre la fiesta brava, tan amenazada hoy por la prohibición del alcalde Petro y otros mandatarios en busca de votos. No pude asistir y por eso quiero decir aquí lo que iba a decir allá.

En primer lugar, los toros son una subcultura de una cultura mayor, hispánica y mediterránea, que ha encontrado en la nórdica, anglosajona y fría, su rival y antagonista. La globalización que impera es por naturaleza anglosajona y se impone como una cultura que tiende a subordinar a las demás. Homogeneizar la cultura es una manera de destruir lenguas, dialectos, costumbres y formas de poder que no le son funcionales a su naturaleza: la destrucción de recursos naturales y de todas las mercancías creadas para reproducir el capital. El consumo nos devora, como escribió Pepe Mujica, presidente de Uruguay. Es la cultura de la globalización la que amenaza de muerte a otras subculturas, como la de los toros, que debe ser considerada un culto. Un culto al toro bravo por ser, en el Mediterráneo, la imagen de la fuerza superior, de un poder sobrehumano, íntimamente ligada a la muerte. O mejor, al miedo a la muerte, el que todos tenemos porque no podemos explicarla. Torear un toro es sinónimo de esquivar la muerte. O bien sobreponerse a ella con la vida. Matar la muerte a favor de la vida. El torero es la imagen de la vida, que puede trascender la muerte. Es alguien dotado con el conocimiento y la destreza para hacerlo como lo hacen el sabio, el médico. Ese conocimiento particular nace de su inteligencia humana y derrota el instinto animal. Con razón se ha dicho que se trata de una alegoría de la vida y la muerte; o de la fuerza de la inteligencia sobre la fuerza del instinto.

No sólo es un culto, sino un culto popular. El pueblo entiende las corridas de toros, las goza y, también, las sufre. Las fiestas populares han implicado casi en todo el país corridas y voladores, como en los carnavales disfraces. En algunos pueblos la Semana Santa se remata con una corrida el domingo de gloria. En Colombia existen 60 plazas de toros construidas y fijas, y numerosas móviles.

Los toros comienzan siendo una destreza para no dejarse coger del animal y para matarlo en una relativa igualdad de condiciones. Matar un toro con un estoque y evitar sus cuernos es como matar un alacrán con un alfiler. No es fácil y mucho menos cobarde. El toro tampoco es cualquier animal. Ha sido criado para morir en la plaza. Con el tiempo se fueron creando reglas para matarlo y hacer menos desequilibrada la relación inteligencia-instinto. El toreo pasó de ser destreza a ser arte a medida que las reglas para matar el animal se hicieron más rígidas. Los toros nunca se torean antes de la plaza y son seleccionados por su nobleza y su bravura, condiciones ambas que tienen que ver con la intención de darles una muerte fulminante.

Toda la lidia, desde la impopular suerte de varas hasta la estocada final, busca evitar el maltrato y hacer más digna la muerte del animal. La pica trata de hacerle bajar la cabeza —no humillarlo— para facilitar que la espada entre directa al corazón; las banderillas pretenden que el animal se engolosine con el cuerpo del torero y objetive la defensa de su territorialidad en el cuerpo del diestro. El arte está relacionado con los movimientos, tanto del toro como del torero. A lo primero se le llama casta y combina bravura y nobleza, una relación que le da ritmo, tanto al toro como al torero. Es un movimiento que en ambos debe ser justo y valiente; lento y fugaz. La mayoría del público, inclusive los entendidos, no sabe el nombre de los pases, pero pueden sentirlo sin saberlo. Ese acompasamiento es lo que permite que la emoción se convierta en sentimiento. En el ballet se acompasa el cuerpo con la música.

Ciertamente, las corridas de toros son el culto de una minoría, que por serlo precisamente rechaza la idea de que sólo el gusto de la mayoría debe imperar. Es, como se ha dicho, la manera como entienden los déspotas el pluralismo.

 

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