Puerto Inírida, la capital del Guainía, es un lugar tan majestuoso como relegado de la historia del país. Un rincón del que poco se habla. Allí los políticos no van a buscar votos, ni los gobiernos ni las escuelas lo tienen en sus planes y cartillas. Es un territorio casi virgen de los embates de la “modernidad” y el “desarrollo”, lo que ha permitido conservarlo como un auténtico santuario de selva, ríos y comunidades indígenas.
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Puerto Inírida, la capital del Guainía, es un lugar tan majestuoso como relegado de la historia del país. Un rincón del que poco se habla. Allí los políticos no van a buscar votos, ni los gobiernos ni las escuelas lo tienen en sus planes y cartillas. Es un territorio casi virgen de los embates de la “modernidad” y el “desarrollo”, lo que ha permitido conservarlo como un auténtico santuario de selva, ríos y comunidades indígenas.
Recientemente, se ha vuelto popular en Instagram por albergar uno de los monumentos naturales más extraordinarios: el cerro de Mavicure, una afloración rocosa que irrumpe en la monotonía de la manigua y se levanta magnetizada por el cielo. Hace parte del Cinturón Guayanés, ubicado en una de las placas tectónicas más antiguas del mundo. El Mavicure está acompañado de dos cerros más y se encuentran a orillas del río Inírida, que los bordea con una sutil curva. Allí la corriente revienta contra un estrecho que recibe un río turbulento y lo suelta manso y espumoso.
Cerros que, además, contienen los mitos y las leyendas de los siete pueblos indígenas que los adoran y cuidan desde hace cientos de años. Hasta aquí llegó la fiebre del caucho que, en la primera década del siglo XX, se apropió del territorio y sus comunidades. El caucho fue muy apetecido en la Primera Guerra Mundial porque se necesitaba para hacer las botas de los soldados, el chicle que masticaban en sus noches de ansiedad y hasta las llantas para automóviles y motocicletas.
De esos tiempos data otra trágica historia. La del general Tomás Funes, quien huía del presidente venezolano José Cipriano Castro que lo había apresado en el castillo de San Carlos de la Barra, de donde escapó para refugiarse en San Fernando de Atabapo. En el camino al Guainía, el general Funes fue asaltado y asesinado por un sanguinario colombiano que robó su identidad. En San Fernando el impostor asumió la representación de la Casa Arana y montó un emporio que mezclaba contrabando y cauchería. El gobernador del lugar era Roberto Pulido, quien también explotaba el caucho hasta que sus competidores alimentaron las ambiciones del impostor, que terminó asesinándolo, junto a su esposa e hijos, y se proclamó gobernador.
Como autoridad local, estableció que toda mujer de San Fernando debía ser violada y tener al menos un hijo suyo. Lo que explica, con crudeza, que en el pueblo hubiera decenas de personas de apellido Funes. En enero de 1921, el general Cedeño asaltó San Fernando y fusiló al Terror de Río Negro, como se le denominó a este despiadado hombre. Pero la historia más notable del Inírida es la de Sofía Müller, una artista neoyorquina que dejó sus privilegios para evangelizar indígenas y convertirlos al protestantismo. La señorita Sofía, como la conocen, aprendió cinco lenguas indígenas, a las que tradujo la Biblia. Sofía vivía como ellos y por eso construyó un sistema sincrético denominado Tribus del Nuevo Mundo, con el cual abolió las tradiciones ancestrales, pero empoderó a los indígenas para enfrentar a los esclavizadores con su ejército de cervataneras. Dejó una particular idiosincrasia protestante y ritual en medio de la selva. Murió en el año de 1995 y sus huellas están frescas en las comunidades que la consideran una heroína que los salvó.
Este mundo de historias y paisajes me lo dio a conocer Fernando Carrillo, un comprometido biólogo bogotano que lleva más de una década viviendo en el Guainía, conviviendo con su gente y promoviendo el turismo consciente a través de la fundación Aroma Verde. Tiene un proyecto llamado “Cría abejas cuando compras”, que consiste en que cada viajero que llega hasta allá financia el cuidado de 72 abejas meliponas (sin aguijón), una especia única que solo se encuentra en 12 países del centro y sur de América. Las abejas polinizan el bosque nativo y los nativos las cuidan, estudian y comercializan su miel. El proyecto se financia con el solo acto de ir a conocer uno de los lugares más bellos de Colombia.