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Ryszard Kapuscinski describe a un tirano como un tipo de persona para quien los elogios, el halago, la admiración y el aplauso generalizado constituyen una necesidad vital, un medio indispensable para sublimar su naturaleza débil e insegura. La descripción les cabe al dedillo a varios políticos colombianos de todas las vertientes, incluyendo al hoy presidente de la República, quien, según he averiguado, está cercado por una corte de aduladores que no le permiten darse cuenta de sus errores. A juzgar por sus actuaciones, el jefe de Estado debe pasar los días frente al espejo entrenando su pose de cándido, que incluye gestos de sacrificado —como el exfutbolista Giovanni Hernández—, al tiempo que gobierna con autoritario estilo.
Hace poco se le asomaron las orejas de lobo cuando a punta de amenazas directas y por “interpuesta persona propia”, como diría el exsenador Juan Carlos Martínez, hizo desnombrar al exministro y exnegociador de paz Frank Pearl como presidente de Asocaña, no por haber pertenecido al gobierno anterior, como algunos creen, sino por cometer la osadía de haber apoyado el Acuerdo de Paz. Y porque le molestó sobremanera que Pearl le criticara la peregrina idea de pedirle a Cuba que violara los protocolos de la mesa de diálogos con el Eln y le entregara a los negociadores.
El 25 de mayo, por unanimidad, Pearl fue nombrado presidente del gremio, pero el martes María Paula Correa, jefa de gabinete y quien le habla al oído al mandatario, llamó a un influyente empresario caleño para advertirle sobre el sentimiento que embargaba al presidente: está decepcionado y se siente agredido, dicen que dijo. Tras esa llamada, desde Presidencia se lanzó una cruzada contra Pearl. El miércoles, el mencionado empresario recibió la llamada directa del primer mandatario quien le advirtió que para su gobierno era una afrenta la decisión porque el exministro lo había desafiado por su solicitud al gobierno cubano, y que si mantenía el nombramiento se romperían las relaciones de los cañeros con la Casa de Nariño. Cualquiera puede imaginar lo que eso significa para un gremio acostumbrado a recibir pequeñas muestras de cariño en los ajustes tributarios.
Del otro lado, el asesor presidencial Luigi Echeverri y la funcionaria Susana Correa, heredera de uno de los grandes ingenios, movieron sus fichas. Al tiempo, algunos congresistas del Centro Democrático se dieron a la tarea de cerrar el círculo de presión empresarial. Incluso intentaron que “pequeños productores” firmaran una carta en rechazo del nombramiento del exnegociador de paz para así disfrazar su operación de presión e injerencia como una decisión producto del descontento de las mayorías, “de esos campesinos cañeros que son tantos que controlan el gremio”, dirán sin sonrojarse.
Cuánta mezquindad tiene que haber en los corazones para tomarse el tiempo, en medio de la crisis en la que vivimos, para perseguir a una persona, cerrarle caminos laborales y posibilidades profesionales, sólo por no sumarse a las huestes de los “ovacionistas”.
Siento una honda pena por Pearl, a quien considero un hombre recto, valioso y valiente. Puedo imaginar la angustia que tiene de verse cercado y vetado por haber tomado partido por un pacto que busca terminar tantos años de violencia y conflicto armado. Angustia que se debe multiplicar cuando llegan los cobros de las matrículas de sus hijas, porque sus ahorros se fueron por el hondo hueco de la política. Pearl ha demostrado que es un hombre de carácter, a quien no lo venció el cáncer ni lo van a doblegar las veleidades de los fanáticos del poder presidencial.
