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No era Carmen, era un fénix

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Alfredo Molano Jimeno
09 de noviembre de 2021 - 05:30 a. m.
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En enero de este año escribí la historia de Carmen, una mujer trans violada por soldados del Ejército. En ese momento, no revelé el lugar, ni su identidad, ni muchos detalles que la ponían en riesgo. Hoy, con su aprobación y su valentía, reproduzco, esta vez en primera persona, la segunda parte de su relato:

“Cuando leí mi historia en el periódico me horroricé. Sentí miedo, angustia, reviví esa noche de septiembre de 2020 en la bahía de Tumaco, cuando ocho soldados me violaron, me torturaron y me volvieron mierda solo por ser una mujer trans y por transmitir mi arte a niños y jóvenes del puerto; por hablarles de pintura y de poesía, de música y literatura. Por sembrar en ellos una oportunidad distinta a la violencia y el narcotráfico. Pero a los soldados no les gustó. Se oponen a que alguien como yo ofrezca otros caminos distintos a la guerra.

“A la casa a la que llegué arrastrándome fue mi mamá a rescatarme. Me encontró con varios dientes menos, hinchada en la cara y en el cuerpo, llena de morados, aruñetazos, patadas, rastros de sus puños. Mi mamá lloraba al mirarme y yo sentía pena por mí y por ella. De ese cuartico oscuro y de cabestro de su amor resurgí como el ave mitológica, y nació este fénix que hoy da batalla sin perdón ni olvido. Y con ello, a los violadores de uniforme verde oliva les volvió el miedo de ser identificados, de que la justicia hiciera algo o quizá de que sus familias se enteraran de que eran unos violadores y torturadores. Entonces volvieron con sus amenazas, ya no solo a advertir que me harían lo indecible —tal vez porque ya me lo habían hecho— sino que lo siguiente sería un tiro certero o extender su salvajismo a mi familia.

“El miedo se tradujo en imágenes, en intranquilidad, en soledad, en locura. En mi cabeza daba vueltas el momento en que me llevaban a la isla del Morro. El puñetazo con el que me derribaron en el viaducto, el trapo asqueroso con el que acallaron mis gritos; sus burlas y sus golpes, el momento en el que me inyectaron la sustancia que me dejó sin control de mi cuerpo, el puntapié en la rodilla con el que me sometieron, los jirones que arrancaban de mi ropa, sus gritos, el sabor de la sangre en mi boca y la conciencia de la paliza que me estaban dando, hasta con el bastón que uso para caminar. Todo iba y volvía en mi cabeza como las olas de mi mar.

“Eso me estaba volviendo loca, y luchaban la locura y el miedo, entonces mi mamá, para quien aún a mis 28 años sigo siendo su bebé, me llevó a su casa. Después, dos amigos me acogieron hasta el Halloween. Hice las vueltas para salir protegida por la Ruta Violeta y, finalmente, arranqué para Pasto en noviembre. Allá estuve en vueltas, en la Fiscalía, en la Personería, hasta que se me acabó la permanencia de protección del programa. Tuve que irme a Túquerres adonde un familiar. Allá iba todo mejorando, tranquila, sanándome, pero mi mamá contrajo COVID-19. Me dio pánico que se muriera y yo tan lejos. Ella me llamaba y me decía que tenía miedo, entonces decidí ir a verla a pesar del riesgo.

“En Tumaco traté de salir lo mínimo y cuando lo hice fue vestida de chico. Estuve 25 días cuidando a mi madre. Una noche salí a buscar pan. Llegando sentí la mirada de alguien, y al salir de la panadería me los encontré de frente. Eran dos, el más alto dijo: “¿No te dijimos que si volvías a Tumaco te íbamos a bajar?”. Yo temblaba y les expliqué que había venido solo unos días a ver a mi mamá que estaba enferma, pero que ya me iba. Me dijeron que no querían volver a verme en la calle. Volví a la casa temblando, llorando, asustada.

“Con mucho miedo estuve unos días más. Me conseguí un dinero prestado, recogí mi maleta con dos mudas. Mi hermana me había contado que en Ecuador de pronto podía encontrar tranquilidad y seguridad, y así fue. Me fui. Llevo un par de meses viviendo acá, con las dificultades que vive un migrante, y más si es una mujer trans. No tengo muchas amistades y temo contar lo que me trajo por estas tierras, tan lejos de mis costas. Trabajo como voluntaria en un hotel que me sirve para garantizar comida y dormida, pero volteo todos los días y he vivido situaciones de explotación laboral muy dolorosas. Y mientras paso los días trabajando para pagar la comida, sigo soñando con volver a hacer arte, a pintar, a sentirme libre y segura. Poder abrir las alas como el ave fénix”.

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Alberto(3788)10 de noviembre de 2021 - 02:00 a. m.
Escalofriante, estremecedor relato. Qué ignominia. La fiscalía, procuraduría y los superiores de estos criminales, los encubrirán y protegerán, Desolador.
Luis(17764)10 de noviembre de 2021 - 01:15 a. m.
De la abuela amparo se espera cualquier cosa como ej lavó la loza en la última cena y de nuestros héroes q más se podría esperar allá no llega escoria y sale más escoria
Julio(87145)09 de noviembre de 2021 - 10:22 p. m.
Esas cosas y otras más atroces aprenden esos pillos en las gloriosas FFMM de este estercolero de país. Nada diferente a la violación de la indígena en Risaralda. Eso se denomina crimen y a quienes lo efectúan, criminales. En eso se han convertido, desde hace tiempo, las fuerzas del Estado.
Martha(25230)09 de noviembre de 2021 - 08:05 p. m.
Se une su denuncia a la descarada acción de Amparo Grisales,(no se por qué la anuncia como una diva) que el viernes humilló y amedrentó a una participante del programa Yo me Llamo,al examinarla, ante millares de televidentes, con una lupa hasta descubrir que era una mujer trans,ponerla en evidencia y descalificarla, en privado, como sujeto de plenos derechos,para presentarse en una justa musical.
WILSON(19257)09 de noviembre de 2021 - 05:20 p. m.
Carmen. Lloro esta historia. Me sobrecoge el ser todo. No hay derecho a tanto dolor, a tanta infamia. Mi solidaridad hacia usted.
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