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El primer Gobierno de izquierda en Colombia ha tenido que enfrentar tiempos económicos difíciles. La economía global ha estado afectada por la invasión rusa a Ucrania, las crisis energéticas y de alimentos, y la desaceleración de la economía china, todo esto en medio de niveles de inflación que no se veían desde hacía décadas. Como si fuera poco, un número alarmante de personas alrededor del mundo cayeron en la pobreza tras la pandemia del COVID-19. Esta coyuntura global se sumó a la dura realidad económica de América Latina: una región que, a pesar de sus inmensos recursos, ha quedado relegada a lo que las Naciones Unidas llaman “una trampa de bajo crecimiento y alta desigualdad”.
El Gobierno de Petro llegó pues a reformar un país endeudado, con pocas fuentes de crecimiento económico y en el que la mayoría de los hogares tienen un ingreso insuficiente. Ante esta realidad, el Gobierno debería preguntarse cuáles apuestas priorizar de manera que simultáneamente se dinamice la economía y se reduzcan la pobreza y la desigualdad.
Las apuestas de Petro parecen ir en otra vía. Su Gobierno ha decidido abarcar múltiples y complejas reformas de manera simultánea, sin un plan claro para generar crecimiento económico. La avalancha de reformas ha generado una incertidumbre que puede paralizar la inversión en el país precisamente cuando esta más se necesita. La incertidumbre se ha reflejado de muchas maneras, una de las cuales es la devaluación del peso, muy superior frente a la de otros países latinoamericanos, incluyendo aquellos que tienen gobiernos de izquierda.
En medio del contexto de incertidumbre que han generado las reformas, sobre lo único que pareciera haber certeza es que estas generan enormes riesgos fiscales, en un momento en el que, además, el Gobierno les ha puesto el freno a importantes sectores generadores de ingresos fiscales, como el minero-energético.
El presidente está a tiempo de reorientar sus apuestas para responder a las oportunidades y expectativas que tienen el grueso de los colombianos: que el país crezca de una manera más sostenida y más inclusiva.
Al igual que Latinoamérica, nuestro país tiene una posición privilegiada para responder a las crisis que enfrenta la economía global y hacer de esta respuesta una oportunidad de crecimiento económico. Ante la crisis de los precios de alimentos, tenemos la tierra y el agua, pero necesitamos una apuesta para producir fertilizantes y otros agroinsumos claves. Ante la crisis de energía, tenemos el petróleo y el carbón. De hecho, otros gobiernos de izquierda, como el de Lula, parecen estar apuntándole a producir petróleo mientras se pueda: la producción de Brasil y Guyana será un 60 % de la de Arabia Saudita antes de terminar esta década. Ante la crisis del calentamiento global, tenemos recursos como la Amazonía, pero esto requiere de una apuesta seria para desarrollar sistemas de pagos por servicios ambientales que nos permitan proteger el medio ambiente y a la vez generar más ingresos (en vez de menos ingresos, como lo implica limitar la explotación del petróleo). Y ante la crisis geopolítica asociada a la creciente tensión de EE. UU. con China y Rusia, Latinoamérica tiene la oportunidad del friendshoring, el llamado que hizo la secretaria del Tesoro de EE. UU. para orientar las redes de suministro de este país a mercados “confiables” y “amigables”. La reciente decisión de Elon Musk de abrir una nueva planta de carros eléctricos en México parece indicar que está calando la idea.
Señor presidente, es importante escuchar la calle, pero también las señales de la economía.
Por Mauricio Cárdenas
