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'Bolillo' y la civilización

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Álvaro Camacho Guizado
19 de agosto de 2011 - 11:00 p. m.
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El que coincidan el campeonato de fútbol sub-20 y el episodio de la brutalidad del Bolillo Gómez es una ocasión para que reflexionemos sobre una serie de investigaciones de Norbert Elías, uno de los más importantes y clásicos sociólogos, quien escribió con su discípulo inglés Eric Dunning y otros el libro Deporte y ocio en el proceso de la civilización.

La idea central de los autores es que el desarrollo histórico de “ejercicios corporales competitivos en forma altamente regulada que llamamos ‘deporte’” se da de manera paralela con el proceso de institucionalización de las prácticas parlamentarias en Inglaterra.

El desarrollo del juego limpio, la creación de una serie de reglas que permiten que se realicen las competencias, sean deportivas o políticas, sin que se cometan faltas, o se castigue a quien las cometa y se elimine a los que resultan derrotados.

Se ha requerido un proceso histórico por el cual los seres humanos han buscado, y en cierta forma logrado, el desarrollo de controles y economías emocionales que frenen las tendencias destructivas, y así se vaya logrando el desarrollo de lo que Elías llama civilización.

De manera paralela con este proceso, ha sido necesario que se desarrolle un Estado capaz de ejercer el poder de un modo regulado, en el que se generan tanto dominaciones como controles que eviten los desafueros y abusos de los poderosos, quienes, de todos modos, detentan el poder.

Ahora bien, este paralelismo entre deporte y civilización política se ha hecho visible en estos días. Mientras en Colombia se hace un esfuerzo por mostrarnos civilizados ante los ojos del mundo y en los estadios se han dado muestras de que sí es posible actuar de acuerdo con una normatividad con altos controles a las emociones que suscitan los triunfos y las derrotas (y la de Colombia no produjo muestras de la barbarie que campeó el día del triunfo ante Argentina en 1993), mientras esto se desarrolla, digo, el episodio del Bolillo nos muestra que el responsable de la Selección Colombia de mayores se encuentra en un bajo estado de civilización.

Se supondría que a estas alturas de la historia el perder el autocontrol por culpa de un exceso de alcohol y golpear a una mujer son prácticas poco civilizadas, aunque los datos de que 39% de las mujeres colombianas son golpeadas por sus cónyuges, novios, otros familiares e inclusive por extraños, muestran que andamos bastante lejos de estándares civilizados de relaciones sociales.

Aún así, el carácter de hombre público de Bolillo, y su particular papel en el desarrollo de nuestro fútbol, y por ende de nuestra civilización, llaman a una reflexión profunda sobre el asunto. Pero más allá de esto, el acto bárbaro amerita un castigo ejemplar por parte del Estado, si es que éste realmente quiere acelerar el proceso civilizatorio. No bastan las lágrimas ni el arrepentimiento público, que son absolutamente necesarios, desde luego. Frente a la farsa de su renuncia al puesto de técnico de la selección, la Federación de Fútbol debería despedirlo, igual que tendría que repudiar al bárbaro dirigente que para defender a Bolillo afirmó que se alegraría de que le cascaran a Piedad Córdoba. Qué tal nuestro deporte principal en semejantes manos.

 

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