Publicidad

¿Estadista o politiquero?

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Álvaro Camacho Guizado
11 de mayo de 2008 - 11:04 p. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

ÁLVARO URIBE GANÓ SU PRIMERA ELECción presidencial a partir de dos circunstancias: la primera, su oposición al fallido proceso de paz del Caguán, que acompañó con una propuesta de mano dura contra la insurgencia, y su oferta de combate radical contra la politiquería y el clientelismo. La segunda, el contraste que estableció con Pastrana, concretado en el estímulo a la imagen de débil y frívolo del presidente frente a una personalidad seria, trabajadora, adusta del candidato.

En cuanto a la primera, sí ha cumplido: se ha dedicado con todas sus energías a combatir a las Farc, así para esto haya echado por la borda cualquier posibilidad de una paz negociada que incluya el reconocimiento de que al menos en algunos puntos centrales, las Farc tengan argumentos que pueden ser debatidos. Ha combinado varias formas de lucha: el fortalecimiento militar, que hoy se come una porción sustancial del producto interno bruto, y el lenguaje desacreditador y a veces insultante con el que se refiere al enemigo.

Respecto de la segunda: la imagen de estadista que fraguó y le dio tan buenos resultados para el triunfo, no deja de hacer un contraste notorio con el comportamiento que exhibe cuando le sacan la piedra —lo que no parece tan difícil— y se convierte en una especie de peleador de cantina: puños, patadas, mordiscos, lo que valga.

 Volvamos a la primera circunstancia: su obsesión con la derrota de las Farc ha sido tan profunda que lo ha llevado a ser blando con el paramilitarismo y a hacerse el de la vista gorda con el resurgimiento de los peores enemigos de la democracia en el país. Más aún, lo llevó a aceptar y hasta estimular la presencia en el Congreso de cómplices de esa corriente criminal: al fin y al cabo, éstos habían declarado su fe inquebrantable en el  nuevo mesías.

 Y de nuevo con la segunda: si Uribe fuera un verdadero estadista, tendría que reconocer que su política económica, especialmente la agraria, está destinada a perpetuar tanto el paramilitarismo como el descontento del que, al menos en teoría, se nutre la insurgencia.

 De hecho, pues, hay un contraste muy severo entre el Uribe que ganó las primeras elecciones y el Uribe que nos gobierna. El Uribe samperista y clave en el proyecto del Poder Popular ha experimentado una transformación tal que uno no sabe si en aquel entonces era sincero y aceptaba que la politiquería y el clientelismo del gobierno de Samper eran necesarios para la realización del proyecto histórico del Poder Popular, o, simplemente apoyaba a quien le daba dádivas y prebendas.  

 Hoy hay muchas muestras de que no estamos frente a un estadista, y no sabemos si sus asesores lo elevan a la categoría de inteligencia superior por su capacidad pendenciera, manipuladora y clientelista, o porque ven en él algo que los demás no pueden ver. Porque hay cosas que no se esperan de un verdadero estadista: no se espera, por ejemplo, que lance improperios y maledicencias contra opositores que expresan puntos de vista y estudios empíricos que muestran las inconvenientes alianzas regionales que lo mantienen en el poder, así esos críticos estén amenazados y sus vidas corran  peligro. No se espera tampoco que pida a esos opositores que confiesen sus pecados del pasado, pero que no haga lo mismo frente a quienes militaron en la insurgencia pero que hoy día colaboran con su gobierno y son gobiernistas declarados. Éstos, al parecer, no tienen un pasado pecaminoso.

 Menos aún se espera que en una situación en la que la opinión pública le está pidiendo a la justicia que actúe, el estadista se dedique a la pendencia destinada a minar la credibilidad de los principales tribunales, justamente cuando estos aparatos muestran independencia  y valor para desenmascarar esas alianzas regionales que a punta de clientelismo armado, corrupción y atracos a las rentas públicas, han propiciado el acceso al poder de políticos que apoyan a un gobierno y a cambio exigen todo tipo de prebendas y privilegios.

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.