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El estudio que sobre desigualdad social viene realizando el CEDE de la Universidad de los Andes muestra con evidencias estadísticas y encuestas lo que tercamente se ha dicho sobre la realidad de este país: las desigualdades abismales entre ricos y pobres ubican a Colombia como uno de los peores países en términos de la distribución del ingreso y la riqueza: desde la más tierna infancia los colombianos estamos signados: los pobres llevan las de perder.
Nula o mala alimentación temprana, nula o mala educación, nulas o malas posibilidades de acceso a una educación que les permita acceder a empleos más o menos decentes. Además, en las áreas rurales, donde la situación es peor, las posibilidades de acceder a la tierra son prácticamente inexistentes.
Desde luego no estamos frente a una situación nueva: la desigualdad es histórica y quizás esto explique por qué los pobres la soportan sin que se rebelen. El aparente conformismo, apuntalado por una dominación religiosa católica y una hegemonía política, amparadas históricamente en la violencia de la que son víctimas los pobres, se confronta mediante los recursos de supervivencia a que acuden los pobres dominados: el rebusque, la informalidad e incluso la ilegalidad y la supresión de ciertos consumos que les permiten sobreaguar en las más precarias condiciones.
Y los dominantes, quienes han desarrollado las políticas de sobreprotección a los capitales, la reducción de cargas impositivas y el conjunto de gangas, así como el poder de que disfrutan, siguen contando con al menos una visible aprobación popular. Ejemplo: Uribe, aunque su teflón parece que empieza a rayarse.
Los recursos de supervivencia tienden a ser individuales o familiares, y sólo en algunas situaciones se hacen colectivos. Es el caso de los desplazamientos masivos de población campesina, en los que el terror paradójicamente ha impulsado algunas organizaciones y acciones colectivas que si bien no retan el orden social dominante, sí permiten que las víctimas logren salvarse.
Pero volvamos al principio: si la desigualdad y la violencia en Colombia han producido estrategias de supervivencia, las víctimas no han logrado organizar unas formas eficientes de resistencia o confrontación con el orden político y social vigente. Entre los afectados se han dado ciertamente casos notables de resistencia: testigos son las comunidades indígenas del Cauca, los valerosos campesinos de San Carlos, en Antioquia, o los igualmente animosos miembros de la ATCC en el Carare. Pero estos casos contrastan con la proliferación de exiliados internos que sobreviven en condiciones miserables, mendigando en los semáforos, confiados quizás en que los propietarios de vehículos se apiaden de su condición.
¿Qué se requerirá para que los pobres, excluidos y dominados, logren superar las fases de supervivencia y resistencia, y se decidan a desarrollar una rebeldía que supere su condición y les permita cuestionar y transformar el conjunto de los arreglos políticos que han sustentado su situación?
Los sociólogos y los politólogos tienen un reto imposible de soslayar, ya que más que interpretar el mundo, deben tratar de transformarlo.
