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Sobre narcotráfico y cultura

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Álvaro Camacho Guizado
10 de junio de 2011 - 11:00 p. m.
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EL RECIENTE DEBATE QUE HA INIciado Alejandro Gaviria en relación con el trabajo de Gustavo Duncan debe llamar la atención de quienes tratan de entender el fenómeno del narcotráfico colombiano y, en particular, el papel de los antioqueños, no solamente en el negocio como tal, sino en el desarrollo de una de sus más deletéreas manifestaciones: el paramilitarismo.

Vamos por partes: si bien el fenómeno de exportación de drogas ilícitas tuvo una primera etapa en el trasiego de marihuana en la costa Atlántica y tuvo como actores a personajes de esa región, también es cierto que simultáneamente en Bogotá florecieron organizaciones exportadoras de cocaína, y algunas de ellas fueron comandadas por mujeres. Basta recordar  los episodios y ejecutorias de las llamadas “reinas de la cocaína” (una de ellas, Griselda Blanco, era antioqueña). También hay que recordar el caso de Hader Álvarez y el secuestro y posterior asesinato de sus hijos Zuleika, Yadid y Yoluk.

O sea, el negocio en un comienzo contó con agentes no antioqueños. Y en lo que respecta al paramilitarismo, si bien es cierto que los principales jefes son antioqueños, es necesario destacar a Jorge 40 y a Salvador Mancuso, costeños y grandes jefes. Y los principales agenciadores de las autodefensas de Puerto Boyacá tampoco eran antioqueños.

Pero sí, es cierto que los paisas fueron los cuadros principales tanto del narcotráfico como del paramilitarismo.

El debate fuerte tiene que ver con las perspectivas culturalistas que han proliferado: en concreto, dos autores antioqueños, Estanislao Zuleta y Alonso Salazar, han sido los principales voceadores de la teoría culturalista que le adjudica a la llamada “cultura maleva” el estar en la raíz del fenómeno.

Salazar, en particular, se explaya en la teoría al analizar el fenómeno del sicariato. Sin embargo, en torno de este fenómeno, se puede considerar una opción menos culturalista y más asociada con decisiones estratégicas tomadas por los capos de Medellín: se puede pensar qué habría ocurrido si Pablo Escobar no hubiera convocado a asesinar policías y enemigos a cambio de una jugosa paga. Dicho de otra manera: ¿qué habría ocurrido si los cabecillas del Cartel de Cali hubieran tomado una decisión similar? Estoy seguro de que las condiciones sociales de los jóvenes de barriada caleños no se diferencian sustancialmente de sus contrapartes paisas.

Y el caso del Cartel de Cali también sirve para matizar la tesis culturalista antioqueña: los caleños demostraron tantas capacidades como sus contrapartes: que tuvieran menos apetitos por la tierra y más por las empresas marca una diferencia central: esto se tradujo en su esfuerzo por enquistarse en la élite caleña, para lo cual tenían que exhibir formas que los hicieran aceptables. El que hubieran fracasado es otro cuento.

Volviendo al debate: probablemente una buena síntesis entre esquemas culturalistas y de teorías de la acción arroje más luces sobre el fenómeno y ayude a disipar prejuicios regionales que se acomodan a estereotipos que buscan explicaciones cómodas, pero que no contribuyen a una mejor comprensión de los procesos que nos afectan a todos, seamos de donde seamos.

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