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“Hay veces en que lo normal pasa a extraordinario así por las buenas y lo notamos sin saber cómo”. Así empieza Lo raro es vivir, de Carmen Martín Gaite.
Hace unos días me la encargó un profesor que tuve en la universidad. Me pregunta, constantemente, por WhatsApp:
—¿Qué te queda de…?
Él, Fernando Vásquez, tuvo una intuición que ahora, mientras escribo esta columna, no sé de dónde la sacó. Me dijo:
—Escríbeme algo para Trocadero (la revista que dirigía por ese entonces).
Fuera de algunos textos ocasionales no había escrito nada que valiera la pena. Recuerdo una “novela” que empecé a escribir en el colegio. En undécimo. Lo interesante no era de qué se trataba (un muchacho que viajaba) sino el que fuera una escritura riesgosa y continua: escribía en lugar de prestar atención a las clases. El “sitio donde tan bien se está” era el salón de física.
Al día siguiente, esas cosas pasan, lo conseguí: en una biblioteca que compré estaba.
Lo abrí por curiosidad y ese comienzo de la novela saltó ante mí. No tuve más remedio que copiarlo y guardarlo para cuando llegara su momento. La primera frase es fundamental para mí. No sólo cuando leo sino, más importante, cuando escribo. Sin ella no puedo hacer nada. Puedo intuir la historia que está dándome vueltas, pero sin esa frase no hay manera de que se desate. Cuando aparece es como si un aguacero de mayo se desencajara. Crea un orden y un rimo. La intuición encuentra su forma y se transforma en un texto.
Hoy estuve comprando libros cerca de mi casa. Había cinco cajas. Cosas que servían y no (mitad y mitad).
—Esta biblioteca era de una historiadora… Tenía, también, una columna en El Espectador. La última que escribió fue “Se acabó la fiesta”.
De repente un libro verde saltó ante mis ojos: Gentes y cosas, de Georgina Herrera. Lo tomé y abrí en la primera página. Estaba dedicado: “Nicomedes Santacruz un gran abrazo a través de un amigo común, Rogelio Martínez Furé. Georgina Herrera Octubre/74”.
—Yo la conocí —le dije a Pata—. Una mujer y una poeta extraordinaria.
—¿Sí?
Cerramos el negocio y me fui, con tres morrales repletos, a la librería.
Volví a abrir el libro. Yo se lo había vendido. Lo había encontrado hace unos años en La Habana. Le hablé de ella a una mujer, a una clienta cuyo rostro no puedo ver, que era la dueña de estos libros que acabo de comprar.
—¿Cómo regresó tu libro, Georgina, a mí?
—“Hay veces en que lo normal pasa a extraordinario así por las buenas y lo notamos sin saber cómo”, porque Lo raro es vivir, dijo Carmen Martín Gaite. ¿Recuerdas?
