Publicidad

La vendedora de aire


Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Álvaro Castillo Granada
26 de diciembre de 2025 - 12:57 p. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

La primera vez que se lo escuché decir, me quedé helado:

—Yo vendo aire.

Ser un preguntón constante te permite, fuera de acercarte a los demás de una manera más íntima y cercana (a menos que se despierten paranoias no tan ocultas y siempre latentes), encontrarte con historias que muchas veces se quedan dando vueltas en tu cabeza, preguntándote:

—¿Cómo a alguien se le ocurre la idea de vender aire?

No hay otra manera que volver a preguntar, sentarte a escuchar mientras se comparte una sidra y una panetela, porque una amiga está cumpliendo ochenta años.

—Eso comenzó cuando dejé de trabajar para el Estado: tenía que poner algún negocio para poder subsistir. Mi niño era chiquito. Había que hacer algo. Tener una entrada.

Era informática en la Facultad de Medicina, en el departamento de cuadros. Llevaba los expedientes de los médicos que iban a hacer categorías. Tenía que llenarlos, traerlos para La Habana, avisarles cuándo tenían que presentarse. Cambiaban de categoría: de auxiliar a asistente. Hacían maestrías, todo eso tenía que llevarlo yo.

Hacía años, en el pueblo donde yo vivo, había unos viejitos que eran los únicos que echaban aire. Ya se habían muerto. No había más nadie que vendiera aire. Como vivo en una calle céntrica, todo el mundo me decía:

—Pon un negocio de echar aire.

Empezamos a investigar. Comenzamos con un compresor chiquito, que no les echaba aire a los carros grandes. El negocio fue creciendo. Venían muchas personas. Se fue incrementando la clientela. Con ese mismo dinero se compró un tanque de más tamaño. Se pudo, entonces, echarles aire a los carros más grandes.

Todo el mundo que pasaba por ahí comenzó a decir:

—¡Mira! ¡Después dicen que no se vive del aire! ¡Aquí sí se puede!

Puedo vivir de este negocio, genera una entrada diaria. Mi patente de trabajadora por cuenta propia es: operadora de compresor de aire.

Fue fácil aprender: dos botones. Lo prendes. Él se apaga solo cuando llega al nivel que tú quieres. Es automático. El mío se apaga en ocho amperios. Lo llevo ahí. No consume mucha luz. Es 220.

Mi tanque es grande. Lo lleno por la mañana. Puedo estar todo el día con él. Entran carros y carros: ahí se mantiene. A veces queda hasta el otro día. No hay riesgo. Todo está apartado. Con sus cables. Hay un catao por si pasa algo. Mi negocio es en mi casa, genero una entrada todos los días, eso es muy importante. Así llevo catorce años de vender aire. No tiene nombre.

La gente dice:

—Ahí echan aire. Ella es la muchacha del aire”.

Entonces, cuando una metáfora se hace corta ante la realidad, no queda más remedio que contar esta historia de esta mujer, con nombre de poema de autor nicaragüense.

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.