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Cerré mi ejemplar de Que pase lo peor, la nueva novela de Antonio García, sin poder salir aún del asombro, del hechizo en que había estado atrapado durante dos días (y pudo ser uno, pero la necesidad de no salir de él me hizo aplazarlo). Tuve el inmenso privilegio de leerlo en una muestra de lectura de “cubierta por revelar”.
Las 318 páginas me abrieron a muchas otras que, por suerte, son infinitas. Esta novela es, entre otras muchas cosas, una invitación a la relectura de esos libros que hacen parte de nuestro imaginario: no termina en sí misma. Se abre y ramifica.
Creo que la mejor definición de ella es llamarla un “artefacto literario”. Una “summa” de partes que se van conectando para crear un dispositivo que, mientras lo leemos, literalmente nos explota la cabeza.
He tenido el inmenso privilegio de ser contemporáneo de Antonio García. Lo he visto, desde lejos, irse transformando en el ser humano y escritor que es. Novela a novela, cuento a cuento, ha ido construyendo una obra y un universo narrativo absolutamente personal. Un mundo curioso donde los seres humanos se observan desde ese lugar al que llamamos “fracaso”. Yo prefiero llamarlo “medianía”. Ese momento en que ni se triunfa ni se es derrotado. Donde todo es posible. Donde empeorar y perder es una posibilidad más atractiva que ganar. Donde estar en la fila B o C siempre será mejor.
La segunda imagen que tengo en mi vida de él es la de verlo entrar a la librería donde empecé a trabajar, acompañado de una mujer hermosísima llamada Juliana, con un libro en su mano derecha que nunca antes había visto: La muerte de la tragedia, de George Steiner (en la edición de Monte Ávila). Ese título siempre lo he asociado a él y a su obra.
“Hay en todo movimiento una parte de rebelión”, es uno de los capítulos del ensayo de Steiner. Creo que aquí está la clave de todo: Antonio García es un novelista que se rebela contra todo porque no concibe el mundo (la literatura) como una estructura cerrada, sino como una caja china. Una estructura que se contiene a sí misma y se abre hasta el infinito. Y en ese infinito está lo absurdo, lo grotesco, lo ridículo, lo paradójico, lo desconcertante. Todo al tiempo y a la vuelta de una página. Asombrándonos con puntos de giro que nos pueden llevar a un libro diferente (como sucede en Mullholand Drive, la película de David Lynch).
Este libro es la prueba de que la literatura es el reino de la posibilidad. Y es un libro que es muchos y todos los libros, porque “había estado con un personaje literario, que quizá yo había dejado de escribir porque nunca logré construir un protagonista o secundario tan particular como el que ahora me entregaba la vida real, acaso para compensar lo mezquina que había sido al rodearme durante tanto tiempo de gente gris y aburrida”.
Sin ignorar, claro, que todo es susceptible de empeorar…
