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¿Caída de Castillo cierra el ciclo de populismo andino?

Alvaro Forero Tascón
12 de diciembre de 2022 - 05:30 a. m.

En Perú comenzó el populismo moderno, o neopopulismo, con Alberto Fujimori en 1990.

Fue el pionero de muchas de las argucias de la antipolítica, de la conexión directa con los ciudadanos a base de simplificaciones y pasiones, de gobernar en nombre del pueblo y por encima de las instituciones con las banderas de la anticorrupción y la autoridad, para terminar reducido a un caudillo autoritario, corrupto y sanguinario.

Aupados por los buenos vientos económicos del continente y para mantenerse en el poder, cayeron —como dominó— en formas similares de populismo los presidentes de Venezuela, Colombia, Bolivia y Ecuador. Durante la primera década de este siglo todos los países de la zona Andina estuvieron dominados por fenómenos de populismo, unos de derecha y otros de izquierda. Perú y Venezuela cayeron en autoritarismos abiertos, pero solo bajo Chávez sucumbieron completamente las instituciones. En Perú estas sobrevivieron, pero no han logrado generar estabilidad. En parte, por las secuelas del personalismo que deslegitimaron los sistemas políticos de estos países, permitiendo que los expresidentes continuaran dominando la vida política para regresar al poder en cuerpo ajeno. Lo lograron Evo Morales y Álvaro Uribe, y Fujimori estuvo cerca en dos ocasiones, a través de su hija Keiko.

En Perú y Colombia el populismo de derecha desencadenó respuestas de izquierda como salidas a sistemas políticos bloqueados por presidentes inanes y partidos degradados, para hacer los cambios que reclamaban las mayorías. A tal punto que en las últimas elecciones de los dos países llegaron a segunda vuelta alternativas de cambio impulsadas por propuestas populistas de derecha y de izquierda.

Pero Colombia no es Perú. Primero, porque tiene unas instituciones enfocadas en la estabilidad política por vía del hiperpresidencialismo, y porque tiene un dirigencia política más preparada que lo demostrado por Pedro Castillo. A diferencia de Castillo, Petro no está haciendo populismo sino intentando un proyecto reformista más parecido al de Gabriel Boric en Chile. Petro está haciendo un manejo hábil de su coalición en el Congreso, a diferencia de Castillo, y negociando con los sectores que le son adversos, incluidos los ganaderos que se consideraba eran el grupo más opuesto a la izquierda política.

Es posible que con la salida de Castillo finalice la etapa de populismo barato y la izquierda latinoamericana gire hacia proyectos políticos reformistas de corte socialdemócrata, entendiéndose con Estados Unidos y buscando mejorar las condiciones de desigualdad y atraso con medidas económicas pragmáticas y no socialistas. Junto con Boric y Lula, Petro representa una alternativa al extremismo de la izquierda de Venezuela, Nicaragua y Cuba.

Que esa nueva izquierda supere a la populista y autoritaria de la región depende también de que encuentre terreno fértil para consolidarse y aprender a gobernar, especialmente en Colombia, porque Brasil y Chile tienen experiencias exitosas de gobiernos de izquierda. El fantasma de lo que acaba de ocurrir en Perú es un aviso tanto para la oposición que tiende a desconocer la legitimidad del reformismo petrista, como para el Gobierno Petro. Colombia no es Perú, pero a veces se parece.

 

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