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Si el tema central de la campaña presidencial del próximo año es el cambio, como parece, girará alrededor del fenómeno populista.
Desde la derecha ofrecerán cambiar al populismo petrista, sosteniendo que incumplió sus promesas de cambio, no supo gobernar y dividió al país: las acusaciones tradicionales contra el populismo de izquierda. Pero es posible que ese sector político haga una oferta también populista contra las élites políticas, repitiendo el libreto de Rodolfo Hernández y de Uribe, Trump, Bolsonaro, Milei. Desde la izquierda seguramente reiterarán la plataforma de cambio petrista contra las élites económicas, con el argumento de que “la culebra sigue viva”, la vieja estrategia de Uribe, Evo, Correa y Kirchner para justificar su continuidad en el poder.
Hay varias razones para que los extremos políticos insistan en el populismo. La razón práctica: que ha sido la única manera en que derrotaron a la centro derecha y al centro para llegar a la segunda vuelta presidencial, por ende un mecanismo probado y arraigado entre el electorado. La razón ideológica: que ante el cerramiento del sistema político en que los partidos tradicionales bloquean toda reforma de fondo a las instituciones políticas, judiciales, sociales y políticas, solo queda enfrentarlas como “élites corruptas”, acusándolas de estar interesadas solo en mantener sus privilegios a costa del sufrimiento del “pueblo puro”. La razón contemporánea: que en el mundo hay una ola de inconformidad con la democracia, con el statu quo, y la gente quiere cambio duro, lo que favorece a candidatos duros que el electorado tiende a ver como los únicos capaces de enfrentar a los poderes establecidos, sesgo que privilegia la decisión y la intrepidez del candidato sobre su virtuosidad y experiencia. La razón estratégica: que la bandera del cambio duro consigue que la competencia de centro, por mesurada y responsable, caiga en la trampa de señalar los riesgos de ese tipo de cambio y termine percibida como defensora del statu quo, permitiendo que se le caricaturice como retardataria y enemiga del cambio.
La pregunta es si un sistema político contagiado de populismo está condenado al populismo. No populistas han derrotado populistas usando plataformas políticas anti populistas. Lo que está por verse es si es posible derrotar a dos proyectos populistas que se retroalimentan. En las presidenciales de 2022 no pudieron, ni un candidato de derecha con el apoyo de todos los partidos tradicionales, del Gobierno, del empresariado y del uribismo, ni uno de centro.
Las encuestas muestran cansancio de una parte de la ciudadanía con el extremismo, pero la experiencia ha mostrado que, en la medida en que avanza la campaña, aún esos sectores terminan succionados por la inercia de la polarización política. Para que una mayoría se mantenga hasta elecciones al margen de los extremos, se requiere que la atraiga un tercer sector de centro con la fuerza centrípeta suficiente para vencer la centrífuga. Es decir, a los sectores de centro no les basta diferenciarse de los extremos con base en su moderación porque eso los hace insustanciales. Posiblemente deben competir con un planteamiento igualmente “extremo” para interpretar un ambiente político desmesurado. Ofrecer también cambio duro, pero creíble.
