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Pocos países –Argentina, Colombia y Perú– han llegado a etapas avanzadas de populismo, que puede definirse cuando el fenómeno se expresa con fuerza tanto en la derecha como en la izquierda, y ambas expresiones logran llegar al poder.
Lo común es que el fenómeno se presente más en uno de los extremos ideológicos que en otro. En México, Francia, Reino Unido, Hungría y Turquía, el populismo ha sido fundamentalmente en un solo sector ideológico. Aunque en Estados Unidos ha sido tradicionalmente de derecha y el de izquierda no ha llegado al poder, existe en cabeza de Bernie Sanders. Brasil es un caso especial porque un populista de derecha llegó al poder y la condición populista de Lula de Silva es discutible, especialmente al momento de gobernar. En países como Francia y España se ha desarrollado el fenómeno, pero ninguno ha llegado al poder autónomamente.
Los populismos tienen características similares, especialmente en la forma, y se adaptan a las condiciones de época y país, pero tienden a diferenciarse en sus enemigos: el de derecha confronta a las élites políticas y el de izquierda dice representar al pueblo contra las élites económicas. Ambas incluyen las élites culturales desde su ángulo.
Pero el auge del populismo en el mundo está haciendo que se borren las fronteras hasta en las élites enemigas. Para poder atacar también élites económicas, pues su electorado necesita un agente económico responsable de su desvalorización financiera, Trump ha recurrido a señalar un enemigo externo en un intento de populismo transnacional. Ataca a las élites mundiales del comercio presentando a Estados Unidos como víctima de una supuesta expoliación comercial. Dado que no puede señalar como enemigo interno a la élite económica de su país, busca un enemigo externo y, como prometió no empezar guerras militares, inicia guerras económicas.
En Colombia puede estar iniciándose otro imbricamiento. Gustavo Petro también parece estar agregando los dos populismos: contra las élites económicas y las élites políticas simultáneamente. Petro había tratado de no descalificar demasiado a los partidos para poder llegar a acuerdos con ellos sobre sus reformas. Inicialmente buscó un “acuerdo nacional”, construyó una coalición, incluyó no petristas en el gabinete. Fracasada esa etapa, intentó acuerdos clientelistas al detal que tampoco funcionaron y lo tenían maniatado. Pero la torpeza de la oposición al hundir en el Congreso las reformas sin discusión suficiente le entregó la poderosa carta de la consulta popular, que es la confrontación contra las élites políticas y económicas por los derechos de los trabajadores.
La consulta le permite por fin centrar con claridad la competencia política alrededor del tema de inequidad, lo que le funcionó tanto a AMLO, y conectarse con un electorado clave que no había encontrado cómo interesar: los estratos 1 y 2. La encuesta Invamer Poll muestra cómo el aumento de favorabilidad presidencial se produce en esos estratos.
Ahora puede competirle al populismo de derecha por el preciado odio a los políticos. Le deja el rechazo a la corrupción, pero se queda con el rechazo a una clase política “enemiga” de los derechos de los trabajadores. Si la Corte Constitucional tumba la reforma pensional; y el Senado, la consulta… adivinen.
