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El latinoamericano más moderno

Alvaro Forero Tascón
18 de octubre de 2010 - 03:56 a. m.

NO DESPIERTA UNO DE LOS GRANdes líderes latinoamericanos. Uno que inspiró a varias generaciones a dejar atrás el parroquialismo y sentirse ciudadanos del mundo. Con Soda Stereo el rock en español perdió su localismo, el de Serú Girán y Los Prisioneros.

Gustavo Cerati fue el primer rockero que, sonando y pareciendo una gran estrella inglesa, cantaba en español. Sus conciertos, los primeros que se parecían a los de verdad. Si hubiera tocado en inglés, quizá Soda Stereo se habría convertido en una de las grandes bandas del mundo. Pero Cerati, quien grabó discos en el estudio de los Beatles en Londres y admiraba a Echo and the Bunnymen, no cantó en inglés. Por eso nunca pareció una copia. Era simplemente uno de los grandes, que en lugar de haber nacido en Dublín, lo había hecho en Buenos Aires. Soda Stereo fue un adelanto de la globalización que permitió que unos muchachos argentinos le mostraran a la juventud latinoamericana que se podía pertenecer culturalmente al primer mundo.

Desde que supe del accidente cerebrovascular que sufrió hace cinco meses, un día después de salir de Colombia, he querido escribir sobre Cerati, por esa rara necesidad que tenemos los hombres de hacerles homenajes a quienes nos han parecido más grandes que nosotros. Yo, tan descreído del género humano, he tenido durante casi veinticinco años un respeto y una admiración inmensas por Cerati. Pero me abstenía de escribir porque pensaba que era irrespetuoso hacerlo mientras dormía —podía parecer una manera de descartar su recuperación— y no son buenas las elegías a los vivos.

Pero como no despierta, y tal vez su sueño se prolongue, escribo. Conocí a Cerati cuando en los tempranos veintes combinábamos con Miguel Silva labores jurídicas de día con bares y música de noche, y junto con Camilo Jaramillo y mi señora trajimos a Soda Stereo en 1987. Hicimos un concierto en la plaza de toros de Bogotá y otro en un bar que teníamos —Metro— que no pudimos disfrutar por estar afuera con la policía, deteniendo las hordas frustradas por lo exiguo del aforo. Volví a traer a Soda el año siguiente, cuando eran las estrellas más fulgurantes del fenómeno del rock en español que se había tomado a América Latina y España.

Desde el primer día, ninguna persona me pareció tan bendecida de cualidades como Cerati. Habría podido tener éxito en muchos campos, pero había nacido para estrella, tanto por su talante para la música, como por su vocación por la fiesta y las mujeres que ejercía talentosamente como destino manifiesto.

El final de Cerati, como el de los personajes adelantados a su tiempo, parece estar envolviéndose en bruma. Quienes seguimos los mudos partes médicos en Twitter e imaginamos a Cerati digno en la penumbra de una habitación, tras unas persianas americanas, no elevamos plegarias sino que esperamos pacientes. Aunque dormido sigue siendo una luz para esa generación de latinoamericanos que entramos en la modernidad la noche en que se silenció el estruendo, se prendieron las luces y oímos, en tono de otra parte, un grito deslumbrante: “buenas noches Bogotá”.

Desde Bogotá, “¡gracias ... totales!” al gran Cerati.

 

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