HAY UNA GRAN DIFERENCIA ENTRE un político pragmático, y uno afiliado a la filosofía pragmática.
El primero actúa guiado por su conveniencia, mientras que el segundo favorece las acciones que producen resultados satisfactorios.
La discusión sobre si un gobernante debe actuar ceñido a principios y valores, o buscando la efectividad de sus acciones, ha sido eterna y una de las más relevantes en términos de la moral y la política. En un país como Colombia, con una tendencia tan acentuada a valorar las acciones por sus efectos prácticos, independientemente de los medios que se utilicen para conseguirlos, éste debería ser uno de los temas angulares de la discusión pública. De hecho, lo fue en la pasada campaña presidencial: el fenómeno de la ola verde consistió en un rechazo social al pragmatismo del "todo vale".
El gran dilema de los gobernantes es escoger entre sus ideales y las soluciones prácticas que las circunstancias del momento reclaman, porque generalmente, y esa es la tragedia de la política, los dos tipos de soluciones pugnan entre sí. Por eso los políticos tienden a incumplir sus promesas y a traicionar sus ideales, a seguir la opinión aceptada más que a guiar por el camino correcto. Pocos tienen el liderazgo para arriesgarse a convencer a sus conciudadanos de recorrer el camino largo, sembrado de sacrificios e incógnitas, que requieren las mejores soluciones a los problemas. Pero los más exitosos ejercen un liderazgo pragmático, combinando una visión creíble e inspiradora que impulse a los ciudadanos a intentar soluciones conseguibles, con un manejo flexible que regule la tensión creativa que requieren los grandes esfuerzos, para que ésta no se haga intolerable.
El historiador James T. Kloppenberg publicó ayer un libro sobre las influencias que moldearon el pensamiento del presidente Barack Obama. Según el New York Times Kloppenberg llegó a dos conclusiones importantes: que Obama es realmente un intelectual, y que su visión política está moldeada por la filosofía pragmática. Aparentemente los hechos demostrarían lo contrario, que los males políticos de Obama son consecuencia de su falta de pragmatismo político, de haberse dedicado a sacar adelante reformas impopulares dejando tan insatisfechos a sus aliados de la izquierda como a sus enemigos de la derecha. Pero, sostiene Kloppenberg, las reformas impulsadas por Obama son resultado de su pragmatismo filosófico, orientado a escoger la política más efectiva de acuerdo con la coyuntura histórica.
La historia reciente de Colombia tiene dos ejemplos reveladores de las dos formas del pragmatismo: los gobiernos de Álvaro Uribe y de César Gaviria. El primero estuvo marcado por la aplicación de políticas pragmáticas electoralmente, por eso nunca contrarió los poderes establecidos ni intentó reformas estructurales. El segundo corrió riesgos enormes, cambiando una constitución centenaria y realizando acciones impopulares como la apertura económica y la política de sometimiento a la justicia, guiado por la convicción pragmática de que eran las más apropiadas para producir un resultado satisfactorio.
No hay duda de que el rasgo más destacado del pensamiento político de Juan Manuel Santos es el pragmatismo. Está por verse, ¿qué tipo de pragmatismo?