SI EN LUGAR DE EMPRENDER LA GRAN marcha por el desierto político para salvar al liberalismo, César Gaviria le hubiera entregado el Partido Liberal al uribismo, hoy seguramente sería el candidato más opcionado para suceder a Álvaro Uribe.
La salvación del Partido Liberal tuvo un enorme costo político para Gaviria, que dejó el poder en 1994 con índices de favorabilidad superiores a los que ostenta Uribe actualmente, y que a principios de este gobierno era el único colombiano que compartía el olimpo de la favorabilidad con Uribe. Hoy que está comprobado que el regreso de Gaviria no se debió al interés de volver a la Presidencia, es hora de valorar serenamente su actuación al frente del liberalismo durante los últimos cinco años.
Gaviria abandonó su cómoda posición de figura internacional para atajar la caída del liberalismo cuando en 2004, se convenció de que el proyecto político uribista no sólo buscaba borrar el bipartidismo, sino que también era una amenaza para la Constitución del 91, y que podía contagiarse del caudillismo andino y terminar amenazando la propia democracia. Como Secretario General de la OEA Gaviria había visto en Venezuela que sin partidos políticos históricos, una sociedad se quedaba sin instrumentos para enfrentar el caudillismo. En su pragmatismo, concluyó que el país no escuchaba razones y que el único camino que quedaba para defender las instituciones era la preservación del Partido Liberal.
¿Pero realmente logró Gaviria salvar al liberalismo? ¿Y con ello, logró salvar la Constitución del 91? ¿Y con ello, la democracia? La prueba de que logró salvar al Partido Liberal es que a pesar de la polarización que promovió el Presidente, de la reforma política que pasó para incentivar el transfuguismo, de la batería clientelista que enfiló en busca de parlamentarios liberales, y de la ayuda que recibió de Ernesto Samper, Uribe no logró terminar la tarea de destruir el liberalismo. Gaviria lo mantuvo cohesionado y con él realizó una oposición disuasiva y constructiva.
En su condición de gestor de la Constitución del 91, Gaviria desde el principio se mostró desafiante en su defensa, lo que sin duda contribuyó a disuadir al uribismo de tratar de desmontar los avances progresistas de la Constitución, y a que tuviera que resignarse a circundarla. Aún no sabemos si la contribución de Gaviria evitó que Colombia siga el camino del caudillismo andino. Pero si la reelección se hunde en la Corte Constitucional, en Washington, en la propia voluntad de Álvaro Uribe, o en las urnas, será en buena parte gracias a César Gaviria. A los obstáculos que le presentó en el Congreso y en el Consejo Electoral uniendo esfuerzos con Cambio Radical y el Polo Democrático, a su defensa clave de la independencia de la justicia, a su advertencia valiente y vigorosa sobre los riesgos del autoritarismo, a la coalición electoral que enfrentará al uribismo en las elecciones.
Aun si Gaviria no hubiera logrado detener el deterioro institucional en esta coyuntura, habrá dejado el instrumento necesario para recomponer la democracia el día que el proyecto hegemónico uribista haga crisis: el liberalismo. Recorriendo digno el solitario camino de defensa de la democracia y la modernización de la sociedad colombiana, César Gaviria desmintió a quienes lo acusaron de falta de ideales y suerte de principiante.