
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Un amigo preocupado por el clima político de esta campaña presidencial me preguntó por qué parece tan caótica, tan peligrosa para el país. Le respondí que la indignación se convirtió en casi el único relato de la política, la gente está orgullosa de estar brava y algunos políticos buscan fidelizarla apelando a la sed de venganza, que es el sentimiento malsano que está moviendo la política mundial.
Me preguntó qué llevó a eso. “Preguntémosle a la inteligencia artificial por los aportes del populismo a eso”, le dije. Esta respondió con acciones presidenciales que podrían haber contribuido: polarizar al país sistemáticamente con “estás conmigo o con el enemigo”, señalar a periodistas críticos como “enemigos del país”, buscar cambiar la Constitución para reelegirse, atacar sistemáticamente a la Corte Suprema, usar la inteligencia estatal para espiar opositores, periodistas y magistrados, promover el acoso contra medios independientes, generar crisis diplomáticas, construir mayorías en el Congreso mediante compra de votos y chantaje, debilitar la oposición legítima presentándola como brazo político del crimen.
“Petro”, pensó el amigo.
En realidad, había preguntado por acciones populistas de Álvaro Uribe durante su gobierno.
Petro ha agregado otras como polarización constante pueblo vs. élite, ataques al Banco de la República y la Corte Constitucional, señalamiento de medios como “prensa mercenaria”, teorías conspirativas, ataques a la oposición como “oligarquía”.
El populismo busca conectar con pasiones y no convencer con razones, dividir con base en identidades, ataca instituciones, estigmatiza la prensa, instrumentaliza los derechos humanos, confronta países, debilita la democracia. Venga de derecha o de izquierda, prometa seguridad o cambio, agite el miedo o la esperanza.
Fue profundamente irresponsable que la derecha aplaudiera el populismo de Uribe cuando le convenía. Celebraron los consejos comunitarios caudillistas que personalizaban el Estado, justificaron el espionaje a opositores, defendieron los señalamientos a la Corte Suprema, minimizaron los falsos positivos. Creyeron que ese populismo les pertenecía exclusivamente, que era su herramienta electoral disfrazada e invencible. No entendieron que el populismo no tiene dueño: es un virus político que muta y se transmite. Al legitimarlo desde el poder, la derecha garantizó que la izquierda lo adoptara. En esta columna lo advertí durante años. Petro estudió a Uribe y adaptó sus métodos.
En 2026 pueden volver los populismos. Hay, por lo menos, cuatro candidatos populistas de derecha y uno de izquierda. Si se elige otro populista, el resultado será similar: cuatro años más atacando instituciones, dividiendo el país. Luego vendrá otro del extremo opuesto, prometiendo salvarnos del anterior, repitiendo el ciclo. Usando la frase del asesor de Clinton sobre lo determinante en la campaña presidencial: es el populismo, estúpido. En realidad la alternativa crítica de estas próximas elecciones no es izquierda o derecha, es populismo o democracia institucional.
Usted puede aplicar el “Test de Populismo” que escribí en una columna de 2019.
