Dicen que el centro político no existe, pero que hay votantes y candidatos de centro no hay duda. Que los hay los hay.
No pertenecer a uno de los partidos políticos hace al ciudadano independiente; no identificarse plenamente con los polos ideológicos indica cierta inclinación al centro, pero no compartir las recetas excluyentes o maximalistas y, sobre todo, rechazar la tendencia a deslegitimar el pensamiento de otros, los dogmatismos y los populismos caudillistas, hace a un votante de centro.
Eso no quiere decir que no se incline hacia la derecha en algunos temas económicos y la izquierda en sociales, o viceversa. Los estudios de comportamiento electoral han mostrado que aún los votantes más extremistas tienen contradicciones. Los de tendencia de centro son más complejos aún, porque pueden ser de centro-izquierda en temas como aborto pero más orientados a la derecha en temas como inmigración, por ejemplo.
Los estudios indican que en países sin culturas de identificación partidista fuerte, durante épocas tranquilas políticamente, las mayorías tienden a identificarse como de centro o moderados, pero que, en procesos electorales polarizados, una parte importante se desplaza a los extremos. La explicación es que en elecciones, especialmente las de segunda vuelta, tienen la dura tarea de decidir. Pocos se mantienen al margen de los extremos y votan en blanco como yo en las dos últimas elecciones presidenciales.
Casi siempre es ingrata la labor del votante de centro, que sufraga en contra de sus preferencias y hasta de sus principios. En estas elecciones tan polarizadas, van a volver a sentir las presiones y descalificaciones que los polarizadores han aprendido a utilizar. A los de centro izquierda, los de derecha les dirán petristas, así la gran mayoría no lo sean; si lo fueran, serían de izquierda. A los de centro-derecha, los de izquierda les dirán uribistas, que si lo fueran no serían de centro, sino de derecha.
Estarán dispuestos a inclinarse hacia uno o hacia otro en una segunda vuelta si no llegara un candidato de centro. Pero, a estas alturas, un votante promedio de centro tiende a pensar que ambos extremos son dañinos: el de Petro y el de Uribe. Ya sufrió una elección entre dos populismos extremistas, sabe que ambos polarizan, personalizan el poder, debilitan las instituciones.
Según las encuestas, parecería que son más los que se inclinarían por una alternativa no petrista, pero eso es si la alternativa no va a reproducir el ciclo de populismo en que venimos. Eso sería premiar al uribismo por causar las condiciones que trajeron a Petro. Buena parte de los votantes de centro intuyen que lo que Colombia necesita es romper el ciclo de populismos que se retroalimentan, y la campaña se va a encargar de hacerlo evidente.
Muchos votantes de centro rechazan las formas de Petro, su caudillismo, su agresividad, su victimización, pero reconocen que los problemas que señala son reales –desigualdad, corrupción, exclusión– y que son responsabilidad de décadas de gobiernos de derecha. Critican que Petro use esos problemas para polarizar en lugar de resolverlos, pero no por eso van a facilitar el retorno de quienes los causaron. Eso sería garantizar que continúe este ciclo de populismo destructivo.