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La operación avispa contra Petro

Alvaro Forero Tascón

08 de septiembre de 2025 - 12:05 a. m.

La explosión desmesurada de candidatos para las elecciones presidenciales parece más un síntoma de caos que de salud del sistema político colombiano.

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El exceso de candidaturas no enriquece la democracia porque le dificulta a los electores el proceso de selección. En lugar de ilustrar, hace difícil entender lo que representan tantos candidatos y titánico saber qué ofrecen. Es caldo de cultivo para que se destaquen los más altisonantes y extremistas, en detrimento de la experiencia, la sensatez y la probidad; estimula un ambiente de todo vale y, sobre todo, de simplismo, agresiones y pasiones.

La tentación sería intentar explicarlo como un periodo de transición democrática ante la irrupción de la izquierda, pero siendo muchos más los candidatos de derecha y centro que los de izquierda, no se trataría de una estrategia bien pensada sino de una reacción desordenada. La “operación avispa” fue la táctica utilizada por el Liberalismo para competir con el M-19 en las elecciones para la constituyente, pero no sirve en elecciones de presidente en las que no se disputan varios escaños. Para enfrentar una candidatura petrista, que parece tener asegurado uno de los dos cupos de la segunda vuelta presidencial, conviene más la concentración que la dispersión. Las condiciones de la campaña parecerían favorecer un posicionamiento claro con mecanismos de selección de un candidato y unas banderas evidentes, que la indefinición que proyecta la división y la incoherencia ideológica.

La hiperinflación electoral se puede atribuir más a una acumulación de males, deterioros del sistema político que llevan décadas, especialmente dos: la Constitución del 91 que llevó a la personalización crónica de la política, y el populismo, que ha ido erosionando el sistema político por dentro.

La Constitución de 1991 trató de diluir al bipartidismo con la lógica de drenar el pantano, porque partió de la base de que este era la causa de la violencia y del clientelismo. No organizó un buen sistema multipartidista, sino que partió en pedazos el sistema de partidos, desencadenando una personalización extrema de la política electoral. Sin partidos efectivos se impusieron las microempresas electorales montadas en una financiación con base en la contratación pública. Los esfuerzos posteriores por recomponer un sistema de partidos han sido más formales que efectivos porque mantuvieron abiertas las listas al Congreso y la aglomeración de partidos alrededor de personas en las elecciones locales. Eso profundizó una cultura del voto por la persona que terminó de anular la identificación partidista, que es la que promueve banderas, ideas y cambios institucionales.

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El populismo se aprovechó de esa desinstitucionalización electoral y reforzó la importancia del candidato hasta la patología del caudillo. Las banderas fueron reemplazadas por las emociones anti. La magia del populismo es que reduce al fanatismo no solo a los seguidores, también a los opositores.

Álvaro Uribe dividió los partidos para controlarlos. El estado tan avanzado del personalismo le permitió a Gustavo Petro ir más allá, usar la polarización para formar un círculo, ubicarse en el medio con sus opositores alrededor suyo, atomizados, sin líder ni estrategia distinta al antipetrismo.

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