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“No voto por partidos sino por personas”, dicen muchos desde hace unas décadas en Colombia, creyendo ingenuamente que con eso se blindan de las mentiras y la corrupción de la política, sin darse cuenta de que contribuyen así a despojar la política de ideas y de una verdadera representación.
Estudios han mostrado que más del 85 % de los electores no recuerdan por quién votaron para el Congreso. La confianza en el personaje político, la devoción por el líder, tiene mucho de la fidelidad alienada o infantil de la que habla el sicoanálisis. En parte por eso no se está registrando con alarma la hiperinflación de partidos políticos que está sucediendo hoy en Colombia con la expedición semanal de personerías jurídicas a antiguos partidos por parte del Consejo Nacional Electoral. Cada político relevante está quedando con un partido, en un retroceso grave de la democracia, de regreso a las famiempresas electorales de los años 90. Una fragmentación de la política que solo beneficia a Gustavo Petro, que entendió que el multipartidismo tenía que desembocar en coaliciones coherentes y cuyo Pacto Histórico se verá cada vez más grande frente al archipiélago de minipartidos.
En Colombia el fenómeno de personalización es muy profundo y viene desde hace muchos años. No solo contribuyó al clientelismo de los barones y clanes electorales, sino al populismo caudillista desde Álvaro Uribe e incluso a las expresiones antipolíticas contra el clientelismo y la corrupción de Antanas Mockus y Sergio Fajardo.
Claro que no es exclusivo de Colombia, pero en pocos países ha llegado al extremo de que hasta los partidos quedan reducidos a vehículos unipersonales. Pasquino considera que es un fenómeno propio de la “nueva política” y producto de la influencia de los medios de comunicación sobre la competencia electoral y el comportamiento de los candidatos, y que tiene una relación estrecha con la espectacularización de la política. Antes los políticos accedían a los electorados a través de las organizaciones partidistas, hoy es más fácil atraer la atención con historias personales, imágenes, actuación, técnicas de comunicación, que transmitir ideas y filosofías partidarias.
En el país contribuyó mucho a algunos de los principales males de la política: la falta de ideas, la desconfianza en las instituciones y el populismo. La personalización tiende a simplificar la política, a centrarla más en las características del candidato o del mandatario que en sus políticas. A que los electores vean y crean menos en el Estado y más en la autoridad. Y al caudillismo de derecha y de izquierda.
El exceso de partidos no fortalece la democracia sino que la debilita, porque hace más difícil para el elector apreciar alternativas políticamente claras. No combate la corrupción porque hace más difícil fiscalizar tantas candidaturas. No fortalece a las minorías porque las diluye.
La personalización debilita la representación política, que es la arquitectura de la democracia liberal moderna, a tal punto que nadie se siente representado, excepto los seguidores de los caudillos, que más que confianza en sus representantes tienen fe en un populista que rechaza la moderación, la negociación y los controles al poder del príncipe.
