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¿Por qué llegamos a una elección entre dos populismos?

Alvaro Forero Tascón
13 de junio de 2022 - 05:10 a. m.

Las sociedades no recurren al populismo por gusto. Menos, a dos formas de populismo al tiempo, como está haciendo la colombiana en las elecciones de segunda vuelta.

Lo común es que candidatos populistas se enfrenten a partidos en el poder, como en Francia, Estados Unidos, México. Su justificación es precisamente sacar del poder a la élite política que acusan de corrupta.

El caso colombiano se parece al peruano, en que se enfrentan dos propuestas populistas de cambio: una, con énfasis en reformar el modelo político; otra, el modelo económico. Es producto de unas instituciones gravemente desprestigiadas por un sistema político bloqueado por la corrupción y unas mayorías legislativas enemigas del cambio. Y desvencijado por la personalización extrema de la política que reemplazó a los partidos en las elecciones a cargos ejecutivos del nivel nacional y local.

El caldo de cultivo de los populismos son las crisis, especialmente cuando son evidentes para el electorado pero ignoradas por los gobiernos y las clases políticas. La función de los partidos es interpretar las demandas sociales, y cuando no lo hacen le abren el camino al populismo.

El partido en el poder en Colombia se dedicó a bloquear aún más el sistema político y a debilitar las instituciones, facilitando el crecimiento del populismo de una manera infantil y temeraria. A pesar de la alerta del ascenso populista de Gustavo Petro en las elecciones, se dedicó a generar condiciones favorables para la consolidación de ese proyecto político. A pesar de que las encuestas y las elecciones locales mostraban el deterioro electoral de ese partido, pretendió poner de nuevo presidente propio, agregando el desprestigio de los partidos políticos grandes y ahogando la posibilidad de que surgiera un candidato de centroderecha no continuista fuerte frente a Petro. Ante el suicidio continuista, facilitó el crecimiento de un candidato populista de derecha que enarbolara la bandera contra la clase política y el gobierno.

El partido de gobierno llegó al poder con un programa retardatario, enfocado en detener las reformas del gobierno anterior. No solo no impulsó ninguna reforma de fondo, sino que se opuso y reprimió los múltiples reclamos de cambio.

Se opuso al llamado democrático de 11 millones de ciudadanos de actuar contra la corrupción con la consulta anticorrupción. Incumplió una de sus principales promesas de gobierno, la no-mermelada. Con su coalición no se dedicó a sacar adelante iniciativas legislativas importantes, sino a tomarse los órganos de control, reformarlos y someterlos más al clientelismo y el despilfarro.

No entendió que una de las protestas sociales más grandes de la historia del país requería enfrentarla con reformas y verdadero diálogo, y en medio de la pandemia produjo un estallido social con una política ultraconservadora que no se estaba aplicando en ninguna parte del mundo. No contento con semejante equivocación histórica, reprimió la protesta con abusos policiales y trató de sacarle ventaja política inventando teorías de conspiración internacionales y pintando al jefe de la oposición como el responsable del caos.

La responsabilidad de que Colombia sea uno de los países más afectados por el populismo, antes que de los populistas, es de los partidos y el gobierno que lo cultivaron.

 

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