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Socialmente ganaron los trabajadores, la controversia es sobre quiénes ganan en lo económico y en lo político.
Los efectos económicos de las políticas sociales toman tiempo. Tomó años verificar que la promesa de más empleos con que se recortaron derechos en la reforma de 2002 solo se cumplió parcialmente, según un informe de la Universidad de los Andes. El impacto sobre los empresarios que disfrutaron 22 años de los beneficios de esa reforma anterior, seguramente no será tan negativo como sostiene Fenalco. En 1975, el presidente de ese gremio advertía que, de aprobarse unos proyectos de ley que había presentado el gobierno López Michelsen sobre pensiones, salarios y contratación “el país entraría en el caos, las empresas quebrarían, se aumentaría el desempleo”. Obviamente algunos sectores sentirán más los efectos sobre sus costos. Pero la experiencia reciente, en que se aumentó mucho el salario mínimo y la inflación se disparó, mostró que las empresas lograron transferir costos. La inflación y el desempleo vienen bajando muy positivamente, y el crecimiento económico recuperándose. La viabilidad de las empresas, por más pequeñas que sean, no puede depender del subsidio de empleados que trabajan los horarios más exigentes.
Los efectos de la reforma en materia política sí se pueden evaluar ya. Obviamente ganó el gobierno Petro, que a pesar de haber apostado todo su capital político a sacar adelante reformas sociales, había sido humillado por ocho congresistas anodinos en la Comisión séptima del Senado con el hundimiento sin discusión de la reforma. Pero también ganó la oposición, que logró matar la consulta popular, que aún sin aprobarse, le daba una ventaja al petrismo en las elecciones legislativas.
Y ganó la democracia colombiana, si la crisis política generada por la estrategia infantil de hundir sin discusión reformas de importancia electoral para “atajar a Petro” hizo madurar a la oposición para entender cómo funciona en realidad un sistema político muy presidencialista cuando ha terminado el monopolio político de siglos de la centro derecha. Si la oposición entendió, por fin, que se suicida si le cede a su contrincante el monopolio del cambio, especialmente del cambio a favor de sectores populares en temas tan sensibles electoralmente como los laborales y pensionales; que debe tratar de competir para compartir los beneficios políticos de hacer cambios sociales modulados. Que una cosa es el juego democrático en el Congreso, en que los gobiernos a veces perdían, y otro pretender que en un país en que los gobiernos siempre han tenido coaliciones de gobierno dóciles, y en que la Constitución estableció mecanismos de democracia directa como alternativa, se puede simplemente bloquear a un presidente combativo y esperar que este no contraataque con fuerza. Que se puede enfocar la campaña electoral en el incumplimiento de las promesas del Gobierno, cuando se le regala a este la carta de atribuirle la responsabilidad de los incumplimientos a la oposición por su bloqueo parlamentario. Que una clase política tan desprestigiada, sin un líder capaz y representada por políticos mediocres, puede regalarle al enemigo, que ya la derrotó, la carta populista de la élite corrupta contra el pueblo puro.
