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Uribe: ¿Thatcher o Putin?

Alvaro Forero Tascón

11 de mayo de 2008 - 06:06 p. m.

ÁLVARO URIBE PASARÁ A LA HIStoria como uno de los presidentes que tuvo éxito en conseguir el más preciado, y escaso, de los logros políticos –una coalición contundente–, que es el principal requisito de las grandes transformaciones políticas, económicas y sociales.

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El gobernante moderno tiende a limitarse al papel de negociador con los diferentes poderes sociales. Sólo los grandes líderes consiguen superar la tendencia a la fragmentación política propia de la democracia, para lograr que el grueso de su pueblo los acompañe en la consecución de objetivos históricos. Se trata de líderes revolucionarios, como Margaret Thatcher, quien convenció al pueblo inglés de cambiar profundamente su comportamiento para detener la erosión del poder británico en el mundo. Su éxito no consistió en la manera férrea en que gobernó durante diez años, sino en la envergadura de los cambios que introdujo.

Hay una nueva forma de liderazgo en el mundo, en apariencia tan sustantivo como el de Thatcher. También teje grandes coaliciones, con las que los gobernantes logran mantenerse en el poder por largos períodos. Es el caso de Vladimir Putin, quien representando el papel de líder patriótico y con carácter, consolidó una hegemonía.

Pero este tipo de liderazgo no es reformista, como el de Thatcher o el de Ronald Reagan, sino populista. Se trata de líderes que construyen relatos que interpretan bien los valores y el temperamento de las masas, y que ejercen presidencias imperiales que seducen al imaginario colectivo, pero que no gastan su inmenso poder político en atacar la problemática estructural de sus países, sino en mantenerla para preservar un statu quo, que incluye su permanencia en el poder.

El estilo de liderazgo de Álvaro Uribe se parece mucho más al de Putin que al de Thatcher. Uribe no es un reformador. Prefiere la administración conservadora del Estado. En lo económico y social, Uribe continúa con las líneas generales del gobierno de Andrés Pastrana, con la diferencia de que tuvo la suerte, como Putin, de contar con un ciclo económico espectacular, jalonado desde el exterior. En materia política, los cambios drásticos de estilo presidencial se refieren más a la forma que al contenido, pues Uribe mantiene el modelo de indefinición partidista y coalición clientelista, a la manera de la Gran Alianza para el Cambio de Pastrana. Uribe no es el arquitecto de la tendencia hacia la derechización que lo llevó al poder, sino de la polarización, que es más anímica que ideológica.

Aún en materia de seguridad, Uribe no se ha apartado del Plan Colombia, diseñado en Washington, que previó una etapa de apaciguamiento con Pastrana y otra de contención ofensiva, que le correspondió a Uribe. Tampoco construyó Uribe el consenso anti-Farc que propulsa su presidencia. Lo generó también Pastrana, con el fracaso del proceso de paz.

Álvaro Uribe no ha gastado un minuto en cambiar la mentalidad de sus compatriotas, sino en reforzarla. ¿Por qué, entonces, la percepción de que es un político revolucionario, cuando en realidad frena el cambio institucional? Porque como Putin, es un maestro de la forma. De la exaltación populista de los valores y odios de su pueblo, para generar una popularidad que no gasta en verdaderas reformas, sino en concentrar más poder.

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