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LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES tienden a ser dominadas por temas o por personas. Qué sean lo uno o lo otro, generalmente depende del nivel de satisfacción de las mayorías con el statu quo.
En momentos de crisis, priman las recetas sobre quienes las aplican. Y cuando se imponen los temas, tienden a acentuarse los extremos ideológicos. Es el caso de la elecciones de 2002, en que ganó Álvaro Uribe.
Por el contrario, cuando el entorno político favorece la continuidad, se opacan las disyuntivas ideológicas y salen a la superficie los matices personales de los candidatos, llevando mejor suerte los moderados. Es el caso de la elección de Ernesto Samper, que reemplazaba a un presidente de su mismo partido con una favorabilidad superior al 60%, en medio de una economía que crecía al 6%.
¿De qué tipo será la próxima campaña presidencial? ¿De temas o de personas? En apariencia sería de personas, porque las mayorías quieren continuidad. Sin embargo, algunos sostienen que la prevalencia del Presidente es resultado de que el tema de seguridad sigue predominando en la agenda pública.
A pesar de que estamos en medio de una desaceleración económica aguda, que favorecería una campaña de temas, y que hay una explosión de buenos candidatos, que favorecería una campaña de personas, la campaña presidencial actual no es de temas ni de personas. Por ahora es de liderazgo. Cuando los temas y las personas se funden en uno solo, se producen fenómenos políticos con alto contenido de liderazgo. Porque el liderazgo no es resultado del carisma del político, sino de su capacidad de articular y comunicar una visión que capture la imaginación de unas mayorías y las movilice.
Pero los liderazgos fuertes no son resultado solamente de la visión o capacidad de un dirigente. Requieren de un entorno político adecuado. De coyunturas que demanden liderazgo y de grupos ansiosos por acogerlos. Por eso los grandes liderazgos generalmente se dan en medio de crisis que exigen grandes cambios. Es el caso del mensaje de mano dura de Álvaro Uribe frente a la crisis de seguridad de finales del siglo pasado.
Por eso la característica principal de la competencia electoral actual es la existencia del liderazgo consolidado del Presidente, en un ambiente político que no propicia el surgimiento de nuevos liderazgos. Es posible que los precandidatos estén pecando de falta de creatividad, pero hay que reconocer que las mayorías están sufriendo de exuberancia irracional frente a las capacidades de Álvaro Uribe, inducidas por un liderazgo presidencial de corte populista.
Por eso, además de la falta de condiciones para el surgimiento de nuevos liderazgos, y del descomunal poder burocrático, de inversión y mediático del Presidente, los aspirantes enfrentan una competencia desleal, por populista. Porque hay que reconocer que los aspirantes presidenciales están demostrando una compostura institucional y un rigor democrático admirables.
Aún no se acepta que los caminos institucionales están cerrados y sólo queda el recurso al populismo. Pero si el presidente Uribe se presentara a la próxima elección, y arrasara, en el futuro probablemente no quedaría otra opción.
