El discurso público en torno al negocio de la explotación sexual, real o virtual, se concentra en lo material y tangible: el cuerpo. El caballito de batalla webcam es “no te tocan”, evocación del bíblico conjuro “noli me tangere”, del Evangelio de San Juan, con el que Jesús resucitado aleja a María Magdalena. El arte universal —Nicolas Poussin y Anton Raphael Mengs, entre otros— ha plasmado ese momento con la imagen del hombre que rechaza a la mujer de rodillas. El tacto como profanación del cuerpo sagrado. El salvador decide quién puede tocar.
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El comercio sexual se las arregló para tergiversar el discurso feminista y nutrir sus arcas con aquello de “la libre decisión de la mujer sobre su cuerpo” (un 90 % del modelaje webcam está integrado por mujeres). Hoy la cháchara ha evolucionado, “la ventaja competitiva” webcam consiste en “no tocar el cuerpo” (valga subrayar la falacia: los dispositivos remotos le dan al cliente el control, otra forma del tacto).
El mercado socava “la libertad sobre el cuerpo” pues una decisión que aparentemente se limita a lo material —convertir un cuerpo en objeto— trasciende al intento de coacción del deseo. Una cosa es el cuerpo como fuente de sustento económico (por ejemplo, deportistas de alto rendimiento o modelos de la industria textil); otra muy distinta es someter el deseo de ese cuerpo a una transacción.
Con y sin moralismo, el deseo de las mujeres ha sido explorado por las artes y algunas ciencias. En la literatura, la obra de Idea Vilariño es un mapa en relieve del deseo femenino: su poema “Tampoco” encuentra el lugar preciso de esta conversación. El cuerpo es “el dulce poseído”.
El deseo es un intangible, controlable en cierta medida, pero nunca susceptible de incitar a voluntad. Su manifestación externa, el placer, se puede fingir (pagando… o gratis).
En agosto Plaza Mayor (centro de convenciones cuyo accionista mayoritario es la Alcaldía de Medellín, con participación de la Gobernación de Antioquia, el IDEA, la Cámara de Comercio y la Federación Nacional de Cafeteros) acogerá la octava versión de un evento webcam. Solo la Gobernación de Antioquia, a través de la Secretaría de las Mujeres, ha asumido una posición firme: alertó frente al riesgo que la industria webcam representa para los derechos de las mujeres.
Edwin Palma, viceministro de Trabajo, invitado a dicho encuentro, escribió en La República sobre un proyecto de ley del Centro Democrático para la regulación webcam: “Buscaba principalmente proteger los derechos de los «empresarios» [comillas del autor] mas no de los trabajadores y las trabajadoras que este Ministerio y este Gobierno están empeñados en proteger” (28/02/2023). El viceministro sabe mucho de las ganancias del negocio, pero omite el costo que tiene en la vida de muchas víctimas.
Su postura coincide con el Ministerio de la Igualdad, que opta por denominar “actividades sexuales pagas” a la explotación sexual. ¿Dónde queda el modelo francés de libertad, igualdad y fraternidad que tanto seduce al presidente Gustavo Petro, donde rige el modelo abolicionista? A las mujeres se les protege (como lo determina la Corte Constitucional) con oportunidades laborales, académicas, espirituales, que posibiliten la movilidad social. Formalizar la explotación perpetúa el sistema de consumo y pavimenta el camino de los mercaderes.
Piensan —gobiernan— con el deseo. ¿Cómo entender a un Gobierno que arenga contra “el capitalismo salvaje” mientras es parte activa de un sistema que explota sexualmente a seres humanos?
Nada de “pecar por la paga” ni de “pagar por pecar”. Sin moralistas ni redentores: es cuestión de derechos humanos.
