“Recuerdo el famoso escándalo del pequeño cementerio de Dabeiba, Antioquia, que, según ustedes, albergaba decenas de «falsos positivos». Pues siento decir que fue un montaje del magistrado Alejandro Ramelli, con la complicidad de un militar condenado por atrocidades (…) Porque Edison Alexander (sic) Lezcano nunca estuvo «desaparecido»” (Salud Hernández, “Carta a la JEP sobre unas mentiras”, revista Semana, 15/11/2020).
El negacionismo es una enfermedad contagiosa en países con heridas abiertas; es el caso de los nostálgicos de la dictadura de Francisco Franco en España, de Augusto Pinochet en Chile o el de quienes insisten en la prolongación del conflicto armado en Colombia.
La reciente audiencia de reconocimiento de 25 militares (ocho máximos responsables) en Dabeiba frente a los dolientes de las víctimas de 49 muertes dadas como bajas en combate por miembros de la Fuerza Pública es un acto simbólico, pero ante todo es una verdad confesada por los perpetradores —apoyada con evidencias e investigaciones previas—: una nueva prueba de que, detrás de cada uno de los 6.402 crímenes de Estado bajo el escrutinio de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), existen historias de inocentes que fueron asesinados y de personas que tuvieron el poder para evitarlo y no lo hicieron.
La negación es un mecanismo de defensa psicológica que consiste en evitar o rechazar información que provoca estrés o dolor. De forma involuntaria, es una vía de escape al sufrimiento, pero, desde la racionalidad consciente y deliberada, busca ocultar e invisibilizar hechos para impedir la acción de las autoridades y, sobre todo, evadir la sanción social, la condena de la gran Historia. (De ahí el riesgo que suponía un negacionista como Darío Acevedo en la dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica).
Dabeiba desveló tres prototipos de negacionismo: 1) el de la cronista Salud Hernández (cuya disciplinada inquina contra el magistrado Alejandro Ramelli rebasa las falacias ad hominem), 2) el del Centro Democrático (ColombiaCheck publicó la verificación periodística de las narrativas negacionistas de ese partido, como las que pregonan María Fernanda Cabal y Miguel Polo Polo, al igual que Enrique Gómez Martínez, de Salvación Nacional) y 3) el de los exmilitares Jorge Alberto Amor y David Herley Guzmán, quienes no aceptan su responsabilidad por los crímenes que les imputó la JEP.
Hermes Mauricio Alvarado Sáchica, exintegrante del Batallón de Contraguerrillas No. 79, dijo: “Hoy regreso a Dabeiba para limpiar la memoria de Edison Lexander Lezcano”. Cinco soldados profesionales retirados reconocieron haber participado en el asesinato de ese joven trabajador: Manuel Mejía Sánchez, Gabriel Gómez Arenas, Manuel Echavarría Julio, Richard Barroso Torres y Ricardo Buelvas Lozano.
Una periodista (que es solo un ejemplo, de amplia difusión), un partido político y miembros del Ejército (con pruebas contundentes en su contra): tres fuerzas, con visibilidad nacional y aval social, al servicio de una mentira.
Negar el Holocausto, por ejemplo, es un delito en Alemania, Francia, Bélgica y Suiza. El negacionismo es penalizado en aquellas sociedades cuya historia les ha enseñado que un “no” repetido tiene el poder de construir verdades alternas. Ganar en las urnas con mentiras —como el “No” al plebiscito por la paz—, insistir en ellas, acrecentarlas, perpetuarlas, más que una negación de la enfermedad, es una condena a muerte.
No es lo mismo ser enfermo que estar enfermo. Reconocer la diferencia es el primer paso para la sanación.