«Complejo de hijo de puta» es el concepto que acuñó Fernando González en Los negroides*, para referirse a quienes se avergüenzan de lo propio: «Son como el rey negro que se enojó porque no lo habían pintado de blanco». Un Moreno –Bernardo, el bogotano del Partido Republicano y senador en Estados Unidos– encarna el patrón que describe el filósofo antioqueño: «Tienen vergüenza, simulan, leen, etc., porque están obligados por el coloniaje político, racial y literario». Porque «nada es natural en nosotros».
En 2023, cuando el presidente Donald Trump compareció ante un tribunal de Manhattan por 34 cargos, el cachaco converso publicó en la red X: «Nací en Colombia, Suramérica. Ha sido, aún lo es, una nación con líderes cobardes que torpedean al sistema judicial por opresión política. Mudarme a Estados Unidos fue el mayor honor de mi vida. Nunca hubiera imaginado que Estados Unidos pudiera empezar a verse y sentirse como Colombia. Un día muy triste y definitorio en verdad».
En una crítica (legítima, debatible) al presidente Gustavo Petro, el exsenador Ernesto Macías concluyó: «La guerra [del presidente de Estados Unidos] contra el narcotráfico en el Caribe debe seguir, para liberar a Colombia».
¿Por qué una caracterización filosófica publicada en 1936 refleja a ciudadanos colombianos (y de otros países) 90 años después?
La primera respuesta, con vigencia plena, la consignó González en su libro: «Son va-ni-dad y lo vano no resiste». El filósofo y profeta, recordado como el «Brujo de Otraparte» (nombre de su finca, hoy museo en Envigado), sentenció: «El yanqui compra a la casta vanidosa que gobierna nuestros países, y la compra porque ella se ofrece».
En la coyuntura actual, el complejo en cuestión no solo obedece a la vanidad y a su exhibición impúdica de arribismo; también es producto de la cobardía, del miedo a la desaprobación del «pez más grande».
Aunque no es suramericano –condición necesaria del «Complejo de hijo de puta»–, Trump no solo revela rasgos autoritarios de república bananera, sino que encaja en la definición de Los negroides: el hegemón se redujo a un hillbilly en su marcha con la Guardia Real, en el carruaje de los Windsor, y a manteles con el rey Carlos III. Digno hijo de Monty Python («los Beatles del humor»), el Reino Unido logró un teatro global de exposición de la vanidad presidencial.
La semana anterior, la Casa Blanca publicó la nueva estrategia de seguridad del gobierno Trump, la doctrina «Estados Unidos primero», un documento que reacomoda la política exterior con bombas reaccionarias como esta: “Una gran mayoría europea desea la paz, pero ese deseo no se traduce en políticas, en gran medida debido a la subversión de los procesos democráticos por parte de esos Gobiernos».
¿«Subversión de los procesos democráticos»?
Días después, dijo ante su gabinete: «Iremos por mal camino si seguimos recibiendo basura en nuestro país». La «basura», según el mandatario republicano, es la comunidad somalí. Cientos de venezolanos fueron enviados al Centro de Confinamiento del Terrorismo en El Salvador bajo «sospecha» de pertenecer al Tren de Aragua. Detenciones, deportaciones, ataques marítimos que desconocen el debido proceso. El «nuevo Occidente» que Trump construye con su lenguaje y sus políticas supremacistas y xenófobas, desenmascaró una legión sumisa y envalentonada que se ufana de su «Complejo de hijo de puta». Nayib Bukele, Marco Rubio…
«El liberalismo, cuya esencia debe ser el respeto a la personalidad y la conciencia, ha servido en estos países bolivarianos para perseguir y humillar». Indeed, dear master.
*Fernando González, Los negroides (Ensayo sobre la Gran Colombia), Fondo Editorial EAFIT/Corporación Otraparte, 2014.