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¿Hija de “la luz” o de “las tinieblas”?

Ana Cristina Restrepo Jiménez

19 de octubre de 2023 - 09:05 p. m.

Sarah*, de 18 años, acaba de cumplir 16 meses refugiada en un país lejano, con su mamá —cabeza de familia— y dos hermanos menores.

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Cuando se enteró de los ataques de Hamás, llamó a su familia paterna, residente cerca de Tel Aviv: “Lo que estaban haciendo con los civiles me destrozó el corazón, en especial el hecho de atentar contra los niños. La conexión familiar más bella que tengo es con mis primos pequeños”.

Nieta de un militar y agente del Gobierno, su familia es “radical”: “Mi abuelo solía vivir en un pueblo fronterizo con el Líbano. La frontera está separada por un muro extenso, que empieza desde el mar y no parece tener final. En ese territorio se presentan también ataques terroristas, pero de Hezbolá. Con mi abuelo, viví la guerra. Me tocó refugiarme en el búnker del colegio. Mi familia perdió una casa y un negocio”.

Como muchos jóvenes judíos en el mundo, Sarah teme revelar parte de sí misma, de su cultura. Se identifica con la comunidad judía, pero no comparte “sus creencias religiosas ni mirada radical”. Siente orgullo de saber hebreo, de sus canciones e historias, del conocimiento que han producido los suyos: “La comunidad judía tiene un espíritu si se quiere ver socialista, vivir todos en comunidad y compartir los bienes es bien visto en los kibutz: ese espíritu se ha perdido… es la cosa con la cual más me siento arraigada”.

El 16 de octubre, en la red social X, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, publicó un hilo que fue visualizado más de cuatro millones y medio de veces, antes de ser borrado: “Esta es una lucha entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, entre la humanidad y la ley de la selva”. Un juego de opuestos que categoriza vidas, valora unas sobre otras y animaliza al oponente, lo deshumaniza.

“Netanyahu ha distorsionado por completo el discurso de David Ben-Gurión. Convirtió a Israel en un Estado más radical. Unas semanas atrás, el propio pueblo estaba protestando en contra de su política. Los niños han sido los más afectados —dice Sarah, abatida por la impotencia—. Hacer una comparación directamente con ellos es irrespetuoso. No es una lucha del mejor contra el peor, es un conflicto que tiene que ser resuelto lo antes posible por medio de la paz”.

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A Sarah le angustian los ataques televisados, el “reality show” que quita el derecho a una vida digna… a una muerte digna. Sabe que en cualquier momento su familia “podría ser víctima de Hamás o del mismo Estado de Israel”. Le duele el sufrimiento ajeno, sin importar el color de la piel o la nacionalidad.

¿Hija “de la luz” o “de las tinieblas”? ¿“Humana” o “salvaje”?

Mientras analistas se aventuran con falsas equivalencias y dirigentes mundiales se escudan en las leyes divinas y humanas, jóvenes como Sarah se niegan a heredar odios. Quieren libertad. Que a nadie se le niegue el derecho a expresarse.

Las lecciones del Holocausto condujeron al establecimiento de límites a las guerras. Además de desconocer el principio de distinción entre civiles y combatientes, y convertir una defensa militar en un genocidio contra el pueblo palestino, “Bibi” deja a miles de jóvenes judíos a merced de las que ya se asoman como formas veladas de antisemitismo.

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