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“Mis nombres son Julio Alberto. No me tienen apodo, tengo veintisiete años (…) no sé escribir ni leer (…) trabajo pidiendo ropa en los barrios para vender (…) No tengo vicios, no sé manejar carro, no sé manejar también moto, no tengo armas ni sé manejarlas, no presté servicio militar por el pie derecho, que sufro de ataques epilépticos. No soy normal tengo problemas mentales”; transcripción de indagatoria ante la Fiscalía (16/01/2001).
48 horas antes: Mientras regresa de una fiesta en la Comuna Nororiental, Julio oye una balacera, corre, se resguarda en un sótano, es el único detenido, lo sindican de “fabricación y tráfico de armas”; cuatro días después, el agente que lo capturó, Luis Córdoba, declara: “Yo a él no lo vi que tirara petardos”; el fiscal del Gaula Oriente, José Raúl Contreras, ordena la apertura de instrucción. La defensora del Pueblo, María Girlesa Villegas, advierte el falso positivo judicial. Julio permanece detenido, su abogado defensor aporta décadas de informes del hospital San Vicente de Paúl, de la Liga Colombiana contra la Epilepsia y del Centro de Educación Especial Jean y Daniel Jerôme. Anexa una carta, 154 vecinos acreditan su honorabilidad.
En busca de sosiego, la familia se muda a la Comuna 13, cerca de una base militar conocida como “Casa Orión”. Las escasas salidas de Julio –el tercero de cinco hijos– se remiten a pasear a Pelusa, su perro.
El 13 de octubre de 2002, Julio desaparece. El 16, mientras soldados y paramilitares del Bloque Cacique Nutibara inician la Operación Orión, su hermana interpone la denuncia. Su cuñada lo presiente: “Lo vi con una túnica blanca, sonrió. Le dije a mi mamá: ¡Julio está muerto!”. “Lo subieron a un camión”, comentan en la cuadra; en la “Casa Orión” aseguran que “no hay detenidos con ese nombre”.
Diciembre 18 de 2024: en la remoción de un talud, hallan el primer cuerpo en La Escombrera. Con los huesos, preservados por una suerte de “cajón de concreto”, desentierran un calendario del año 2002, un collar, una foto-carnet, una cédula: Julio Alberto Acevedo Montoya. Medicina Legal corrobora el ADN.
Dos impactos de bala en el cráneo; dos veces “falso positivo”.
El pasado 6 de abril, el cortejo fúnebre cargó un cofre blanco elegido por un hermano de Julio por “su pureza, era un niño en cuerpo de adulto”. La madre veló a su muchacho ante el altar de la Máter Dolorosa, ataviada con terciopelo negro e hilos de oro, y una cruz a sus espaldas: es la imagen –icónica y humana– de dos mujeres cuyo hijo fue torturado y asesinado por soldados obedientes a quien se lavó las manos después de dar la orden.
Poliomielitis. Trastorno cognitivo. Epilepsia. Julio, el primero de La Escombrera; Fair Porras, el primero de Soacha: sin presunción de inocencia.
Los Acevedo abandonaron el barrio. Julio yace en el Cementerio Universal. La madre pagará su promesa al Señor Caído de Girardota. El hermano menor no lo buscará más entre los habitantes de calle.
*Se omiten los nombres de la madre, hermanos y cuñada por petición expresa de la familia Acevedo Montoya; sin embargo, sí se autorizó a la columnista para nombrar a Julio Alberto.
**La cuñada de Julio Alberto Acevedo Montoya pronunció estas palabras en la misa de despedida, el 6 de abril de 2025. Ella la escribió como una carta de amor de familia:
