
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
«¡Si Antioquia resiste, Colombia se salva!»; la frase del gobernador de Antioquia, Andrés Rendón, se transformó en jaculatoria.
La metáfora derivada de la «resistencia» y la «salvación» oscila entre la figura de Moisés, y la de Jesús crucificado, salvando al mundo de sus pecados. Esta trama bíblica carecería de sentido sin un «ángel rebelde»: Daniel Quintero, como caído del cielo, despertó de su breve letargo a la bestia que late echada… la raza paisa.
La idealización de la colonización antioqueña catapultó el mito de la raza paisa, ese que recicló Álvaro Uribe (cuando Lucifer eran las FARC) y ahora recobra alientos con la gobernación de Rendón y la alcaldía de Federico Gutiérrez, un castigo electoral cuyo efecto parece una nueva colonización antioqueña. En este ritual político, Gustavo Petro protagoniza el salmo responsorial. ¡A estos pastores, nada les falta!
Ernst Röthlisberger escribió: «El antioqueño es musculoso, esbelto y de talla aventajada (…) Aunque católico ferviente, tiene la energía y el amor al trabajo propio de los pueblos protestantes (…) sigue incesantemente en busca de nuevas tierras. Es el yankee de este país».
“Horizontes”, de Francisco Antonio Cano, es la imagen de la «libertad que perfuma las montañas de mi tierra», de la mujer inspirada en María Santísima y del arriero que, con los corotos al hombro y un hacha empuñada, despeja la manigua. Más que la expansión territorial y la prosperidad económica que motivó la colonización original, hoy la cruzada es moralista: los paisas señalamos el horizonte para Colombia.
En el ensayo “¿Puede el uso de metáforas ser peligroso?”, Ángela Uribe analiza su carácter sistemático en el lenguaje ordinario, con las palabras de monseñor Miguel Ángel Builes: «Cuando las cosas en las que se cree dan forma a una concepción ideológica del mundo, exigen, en la mayoría de los casos, actuar contra quienes no profesan las mismas creencias».
El 7 de octubre, un concejal del Centro Democrático intimidó con un bate a quienes participaban en una marcha pro Palestina. La lógica —de trumpista de carriel— según la cual su cargo le permite usurpar la autoridad, y su posterior censura a un evento rotulado como “Brujería” ilustran la coyuntura. Nos ahogamos en una perorata de monseñor Builes.
Álvaro Tirado sostiene que la colonización antioqueña «es el relato de actos de violencia y de un sinnúmero de pleitos» y precisa que «a la luz de los conceptos actuales y del Código de Policía fue la acción de invasores idealizados hoy como colonizadores».
Cual profeta, agrega Röthlisberger sobre el antioqueño: «No son raras las contiendas a golpes ni las riñas con afiladas navajas barberas, en las que se trata de marcar la cara al adversario». («Le doy en la cara, marica», una cicatriz autoinfligida).
De la elegía pictórica de Cano al video viral del concejal-bate en McDonald’s. De un ícono del Museo de Antioquia a la pancarta «¡Ten hijos!» que un representante a la Cámara desplegó en la Plaza de Bolívar. La épica salvífica que salpica de agua bendita el evento con el que una caja de compensación familiar conmemoró el Primer Congreso Mundial de Brujería de 1975.
Dice el congresista que Comfama «debería promover los valores antioqueños arraigados de Dios, de familia, de trabajo». Entre hechizo y maldición es este brote de camanduleros y fuerza (muy) bruta. ¡De lo que se perdieron Fernando González y Gonzalo Arango!
«El hacha que mis mayores me dejaron por herencia» reducida a un bate. La metáfora para los nuevos moralizadores la tendría mi abuela de Sonsón: «Tienen el capote pegado».
Antioquia resiste, a pesar de sí misma. Eso nos salva.
