Con corte al 15 de marzo, Antioquia ha registrado el asesinato de una mujer cada cuatro días. Pero la noticia es más atroz: esta cifra es “mejor” que la del año anterior, cuando, en ese mismo lapso, mataron a 28 mujeres, y en 2021, a 42. De estos crímenes, ocupan titulares aquellos que demuestran suficiente sevicia para atraer audiencias, como la agresión con una sustancia química que produce el infierno de la ceguera previo a un paro cardiorrespiratorio.
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Dado que la tipificación de feminicidio corresponde a las autoridades judiciales, en lo que va corrido de 2023 solo uno de estos crímenes ha sido rotulado como tal. En 10 de los 20 casos registrados, se investiga la responsabilidad de la pareja o expareja de la víctima. El Observatorio de Violencia contra las Mujeres de la Gobernación de Antioquia reportó que en enero y febrero se denunciaron 2.399 casos de violencia intrafamiliar, 1.759 fueron contra mujeres. Si bien es cierto que el Estado ha desplegado su capacidad institucional a través de las líneas de atención 123 y 155, y con la instalación de refugios y promoción de la denuncia, estas son acciones que no se compadecen con la situación, cuyo origen cultural dificulta comprender la naturalización de conductas y patrones de acción machistas.
Según la Organización de Naciones Unidas, África es el continente que presenta la tasa más alta de riesgo de asesinato de las mujeres (a manos de un familiar o pareja) en relación con el tamaño de la población: 3,1 de cada 100.000 mujeres. En América es 1,6. En Oceanía, 1,3; en Asia, 0,9, y en Europa, 0,7.
La consciencia de que existe un delito aumenta las denuncias. Sin embargo, me pregunto como periodista: ¿qué efecto tienen las denuncias periodísticas cuando son repetitivas, casi siempre inconclusas, hasta convertirlas en “paisaje”? ¿Estamos acudiendo a las fuentes correctas (informadas, ilustrativas, esclarecedoras, comparativas, pedagógicas) para entender el origen de estas violencias? ¿Cómo puede aportar el periodismo a eliminar las violencias machistas? ¿Cuál es la respuesta al modelo de denuncia (columnas/videos/podcasts) en que nuestra ira parece superar la capacidad para entender un fenómeno y actuar a fin de detenerlo o al menos mitigarlo? ¿Por qué el periodismo con enfoque de género es optativo y no parte del currículo universitario?
Algo hemos aprendido —¡por fin se omite la publicación de la sustancia con la cual se asesinó a una mujer!—, pero nunca lo suficiente. El cubrimiento en caliente, sin las herramientas conceptuales para abordar la violencia de género, es parte del problema. Iniciativas como las de Global Investigative Journalism Network marcan pautas de análisis. Crece el reto de cómo el periodismo puede obrar como agente de cambio cultural… en un país donde hace carrera el uso de los términos “machismo” y “feminismo” como antónimos.
Con la angustia, con la impotencia que me suscita cada letra de esta columna, me pregunto: ¿qué podemos hacer desde estas páginas, desde los micrófonos, para evitar que se repitan historias como las de Maryori, Luisana, Yamadis, Mariana, Yulitza, Heidi, Yésica, Ángela, Katy Yulieth, Elisbeth, Gina Paola, Lina Marcela, Érika Jesenia, Camelia, Melissa, Rosalba, María Ilia…?
En Antioquia, la violencia de género debe ser denunciada en las líneas 123, 155, 6045407180 (Salud para el Alma, Gobernación de Antioquia) y 3114894550 (hogares de protección para mujeres en vulnerabilidad por agresión).