Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Con el destino en su contra, Lesly Mucutuy, de 13 años, protegió y salvó la vida de sus tres hermanos menores. La adolescente indígena fue superior a todas las plagas de la selva caqueteña, hizo hasta lo imposible por dominar la naturaleza y conquistar la cumbre evolutiva que, según la antropóloga Margaret Mead, es el germen de la humanidad: cuidarnos como manada.
Lina María Vitucai, una bebé de tres meses de nacida, no pudo sobrevivir en la “jungla” del Parque Nacional: rodeada de adultos, cerca de su familia, en la capital de un país con una infraestructura dotada con centros de salud y albergues, instituciones y empleados públicos para que funcionemos como sociedad de cuidado. Nada operó (el cadáver de una bebé es evidencia de ello).
¿Murió sofocada en una hamaca? ¿La mató el frío de la madrugada en el altiplano? Activen los peores raciocinios de su cerebro, la lógica imaginativa de una mamá: ¿en qué instante, entre brochazos de niebla, se reventó el hilo de llanto de la bebé? ¿Durante cuánto tiempo retorció su cuerpo para intentar desenfundarse de la hamaca?
Hans Christian Andersen, en su cuento sobre una niña que fallece de frío y abandono, deja un espacio de redención: la vendedora de fósforos muere cobijada por sus visiones, protegida por su imaginación. Quiero pensar que Lina María se sumergió en un útero imaginado.
Hoy ella es un número: 24. Esa es la cantidad de menores emberas que han muerto en los últimos tres años en Bogotá. Los niños, las niñas, los adolescentes y las adolescentes representan un 55 % de la población embera desplazada que se asienta en el Parque Nacional.
“Había una fiesta”, se exculpa el abuelo. “Todos estábamos borrachos”, menciona un líder de la comunidad. “Yo llevo dos meses separado de la mamá. A la niña la dejaron sola… la mamá estaba borracha”, dice el padre, Aleison Vitucai (¿acaso la “separación” lo exime de responsabilidad sobre su hija?). El ICBF, cuya inoperancia histórica es una vergüenza, está bajo la presión de una tutela para actuar. La comunidad embera debe ser retornada a Chocó, hay planes para el 17 % que desea quedarse en Bogotá, afirma el secretario de Gobierno, Gustavo Quintero.
¡El ELN espera a la comunidad embera con las armas abiertas!
Al margen del origen étnico o social, a los adultos nos corresponde cuidar a los niños. Esta es una situación estructural de diseño e implementación de políticas públicas de protección y garantía de derechos básicos, agravada por el simplismo con el cual juzgamos la coyuntura: “Es culpa de la mamá”, “de esos indios”, “de Galán”, “de Petro”...
Los derechos de los niños están por encima de cualquier otra consideración, sí, incluso de la jurisdicción indígena. Eso no es “racismo” ni “colonialismo”, es abrigar la vulnerabilidad. Ahora que todos señalan a la mamá: ¿cuenta ella con autonomía para tomar decisiones? ¿Cuántos derechos de las mujeres indígenas se vulneran bajo el manto de la “protección cultural” (empezando por los derechos sexuales y reproductivos)?
Cuentan que Lesly y sus hermanitos fueron escoltados por los espíritus de la selva. Habrá que invocarlos en el Parque Nacional, donde el fantasma de la irresponsabilidad de los adultos sigue matando niños.