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Perros con alas

Ana Cristina Restrepo Jiménez
04 de noviembre de 2022 - 05:30 a. m.

Un perro disfrazado de vampiro juega por los pasillos del muelle internacional de El Dorado. Sus alas moradas se agitan mientras zigzaguea entre cientos de pasajeros que acaban de aterrizar.

Después de 10 horas de vuelo transatlántico, decenas de turistas holandeses y franceses abandonan un avión de KLM: su primera media hora en el principal puerto aéreo colombiano es el anticipo de un país que sobrevive a pesar de sí mismo…

La expectativa, básica y lógica, de un aeropuerto internacional predecible desaparece en El Dorado. Desde la boca del canal de desembarco se sienten los gritos: “¡Todooooos contra la pared!”. Una señora brava en uniforme (en adelante: SBU), que trata a los recién llegados como ganado, hace lo que resolvería una buena señalización (y un mínimo entrenamiento del personal aeroportuario).

A falta de señales y separadores, en cuatro filas y hablando varios idiomas, el gentío exhausto intenta ubicar el puesto de Migración. Moverse es imposible.

De repente, aparece la SBU manoteando para que las cuatro filas se fundan en una sola. “¡¿Es que no me entienden?!”, refunfuña.

No, no le entendemos. Ni los que hablamos español.

(No nos detengamos en el vacío existencial en el que entra un europeo cuando una “autoridad local” le exige que se cuele a la brava en una fila).

El salón central de sellado de pasaportes es un hormiguero. Dos SBU nos retiran hacia otra fila, de registro biométrico, a varios colombianos que esperamos callados o muertos de la risa (¡de la vergüenza!). Ninguno expresa cansancio ni sorpresa, todos comentan lo mismo: “Qué pena con los visitantes”. Hemos naturalizado que nuestro propio país nos maltrate.

Entonces, evocan un trino antológico: “Llegamos al aeropuerto El Dorado con dos magistrados del CNE, luego de asistir a las elecciones en Brasil, y Migración está llena de gente pero varias ventanillas sin atención. ¡Turistas extranjeros me dicen que llevan dos horas haciendo una cola que se ha demorado igual que su viaje!”. La excanciller Marta Lucía Ramírez acababa de desembarcar… de su nave nodriza.

La fila biométrica no prioriza ancianos ni menores: solo la solidaridad autogestiona quiénes pasan primero. A la única casilla activa llega un señor de 92 años: “Abra bien los ojos que la máquina no los ve”, ordena la funcionaria. “Como si estuviera bien asustado: ¡ábralosssss!”. “Ja, ja, ja”.

El perro con alas resurge del hormiguero. Un niño lo persigue, y la mamá a ambos.

Ahora, a recoger la maleta.

Ninguna de las bandas de equipaje anuncia el vuelo de KLM (ni de su aliado Air France). Tras dos horas en Migración, es poco probable que las maletas permanezcan en las bandas. El numeroso personal del aeropuerto que las rodea está ocupado, chateando y viendo videos. La estandarización en el servicio es indiscutible; a las dudas por las maletas, responden: “Mire la pantalla”. “Yo no trabajo para esa aerolínea”.

Apilan equipaje procedente de Cancún, Ámsterdam y Nueva York en un caos similar al del aeropuerto de Heathrow, pero sin atención al pasajero.

Desde 2017 no hay datos estadísticos actualizados en la página de Migración Colombia. ¿Acaso el presidente Gustavo Petro cree que esta es la ruta hacia una “potencia turística”?

No es difícil saber quién fue el primero en salir volando del infierno de El Dorado. Qué suerte tienen los perros con alas.

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