“Otro capricho es que en dieta cogen la bacinilla, le tiran alcohol y un fósforo para que eso se prenda. La cosa se hace para que caliente y uno se debe sentar en ella lo más caliente que se pueda. Eso es horrible. Uno ahí envuelto en la cobija, en eso bien caliente y sin airecito […] De pronto yo sentí unas fuerzas como para tener un bebé, cuando como a los tres dolorcitos la placenta la arrojé”, relata Carmen, una campesina de la vereda Nohavá, municipio de Sabanalarga, Antioquia.
Cordillera adentro, la carga de profundidad de la realidad escapa al periodismo noticioso. Los medios masivos nos inscriben en un razonamiento urbano que, por fortuna, se ha venido derrotando con iniciativas de periodismo con orientación más independiente y rural. De la misma forma, la justicia insiste en pensarse desde la lógica del habitante de ciudad: las dilaciones en el debate sobre la despenalización del aborto en la Corte Constitucional así lo evidencian.
“Me calmaron un poquito con pastillas de cuanta cosa. Enseguida me hicieron un baño de prontoalivio, una rama muy caliente. A la una de la tarde me pegan unos dolores de estómago. Como a las ocho de la noche esa menstruación en troncos. Como si ahí hubiera pasado lo que iba a pasar porque yo sinceramente no me di cuenta.
Y llegó la vecina:
—Oí, muchacha, ¿vos qué es lo que tenés?
—Unos cólicos y una botadera de sangre horrible.
—Eso es que vas a tener un aborto”.
El “idilio campesino” heredado de la narración oral, de las obras de arte y los mitos ancestrales no es fiel a la realidad. La maternidad en el campo colombiano dista de ser siempre una “bendición” o una decisión libre….
“Yo llegué con el poncho, con el niño en el pecho, montada en ese macho. Cuando se pegan de la rienda:
—Señora, ¿de dónde viene?
—Yo vengo de Nohavá.
—¿A qué horas salió?
—A las tres de la mañana.
—¿A qué salió?
—A bautizar el niño.
—¿Cada cuánto sale usted?
—Cada dos años a bautizar el hijo que tenga.
—¿Cuántos hijos tiene?
—Siete con este”.
La persecución contra las campesinas por el delito de aborto es desproporcionada: entre 2010 y 2017, 97 % de las denuncias por aborto provinieron de zonas rurales…
“—Mamá, usted está en embarazo, ¿no habíamos quedado que no iba a tener más? Vea cómo está, a ese paso se va a morir.
—Ojalá me muriera. Yo apenas aquí como una insoria, el marido no se preocupa por mí, ojalá me muriera”.
Estas cuatro escenas trazan los mapas de la preñez campesina, allí donde no se protesta con pañoletas verdes y las batas blancas persiguen a quienes buscan ayuda. ¡La agencia femenina tragada por la manigua!
“La mayoría de la gente en el campo no sabe que para hacer el amor hay que dar besos y caricias”, lamenta Carmen en La última florecita nutabe*. Preñadas en saltos de machos. Pariendo como ganado. Condenadas como si no tuvieran alma... Los animales de ciudad seguimos sin entender la urgencia del aborto libre, seguro y garantizado por el sistema público de salud.
* Patricia Nieto, “Crónicas del paraíso”. Bogotá, Tusquets, 2022.