“El ser humano está hecho de madera torcida y nadie es perfecto, todos somos susceptibles de caer. Pero hay gente que es moralmente mejor y alguna que es moralmente peor que otra”, escribió el filósofo Jorge Giraldo (El Colombiano, 10/04/2022), en una invocación kantiana que rescata la virtud y el respeto a la ley en la práctica política.
La Procuraduría, centinela de la “moralidad pública”, es un ejemplo medular. La elección del procurador está contaminada con el hongo que pudre la madera: el conflicto de interés. ¿Qué impedimentos tendría Gregorio Eljach, elegido en buena parte por quienes debe “investigar”? ¿O Carlos Camargo, en la Corte Constitucional, elegido después de convertir a la Defensoría en un santuario burocrático? ¿O Hernán Cadavid quien, desde la Comisión de Investigación y Acusación, aceptó investigar a su jefe político Álvaro Uribe?
La putrefacción de este ecosistema echa raíces en los comités o comisiones de los partidos políticos, cuyas acciones y omisiones cultivan la “ética de partido” –en el fondo, todos los comités son de ética–: “Comisión de Igualdad de género y empoderamiento de las mujeres”; “Comité Técnico de Evaluación y Recomendación”; “Comité Nacional de Ética y Garantías Electorales”…
“Si quieres que algo no se haga, encárgaselo a un comité”; la máxima atribuida a Napoleón, en Colombia sufre un giro predecible: el destino de los comités es el aplauso, la solidaridad de cuerpo. Las instituciones democráticas han naturalizado los impedimentos. “Anatolio, vote sí”; “La ética es para filósofos”; “Es una coima, marica”; “Mientras no estén en la cárcel, ¡a votar!”. ¿Qué espera la “Comisión de Igualdad” del Partido Verde para actuar en el caso del concejal de Copacabana, Jonathan Chaverra, con escrito de acusación por violencia intrafamiliar?
Con frecuencia surge la pregunta: “¿Qué diría Carlos Gaviria Díaz?”. Como Ludwig Wittgenstein, el exmagistrado sostenía que “la ética no se enseña porque no es propiamente un conocimiento, pues sobre valores absolutos lo único que puede ofrecerse es un testimonio”*.
El Comité Nacional de Ética del Pacto Histórico “examinó la idoneidad ética, política y moral” de los aspirantes de la reciente consulta. Por ejemplo, en la casilla de Álex Flórez se lee: “Cumple los requisitos”. Hace tres meses, la Corte Suprema archivó la investigación contra Flórez por el escándalo en Cartagena, cuando, borracho y en compañía de una mujer explotada sexualmente, insultó a tres policías. Hace un año, se abrió indagatoria por su presunta responsabilidad en lavado de activos, concusión y falsedad en documento. Y, cómo no, su investigación por violencia intrafamiliar.
Flórez obtuvo el noveno lugar en la lista al Senado: 63.995 votos.
Una Señora –en el más honroso sentido– ocupó el puesto cuarenta y cinco: 12.535 votos. En 1991, la secretaria Blanca Valero de Durán fue asesinada por sicarios que la confundieron con su jefe, la concejal de Barrancabermeja Jahel Quiroga Carrillo. Sobreviviente del exterminio de la Unión Patriótica, pasó por el exilio, fundó Reiniciar, documentó el genocidio y presentó más de seis mil casos de violencia política ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El Estado colombiano fue condenado. La “cuarenta y cinco” es un testimonio histórico de la izquierda.
Los miguelpolopolo, álexflórez, danielquintero, elguryrodríguez o jonathanchaverra no son “problemitas de la democracia”; tampoco los eljach, camargo y cadavid: resultan del imperio de los comités, de aplausos, de cobardes, de incapaces de establecer límites. Los partidos tienen la obligación moral de formar ciudadanos, de ser “testimonio”.
Concluye mi profesor, Jorge Giraldo: “Enfermedad mortal de una sociedad sería que la virtud y la bondad tuvieran que ocultarse; que resultara impopular ser buenos”. Sí, agonizamos.
*Carlos Gaviria vive, Iván Arango (Rey Naranjo Editores, 2025).