Es incómodo entrar a la casa de Mamá Icha. Es más que la construcción en sí misma, abandonada por el tiempo, entregada al olvido: en 86 minutos, sus paredes desmoronadas y el calor bajo su techo de zinc le hablan al espectador sobre migración, la definición de “casa”, el desarraigo, el amor a la tierra, las relaciones familiares, la maternidad, el diálogo intergeneracional con los más viejos, las condiciones desiguales de acceso a la propiedad privada de las mujeres en Colombia, las leyes y la presión cultural y familiar que juegan en contra de las propietarias, quienes ni siquiera al final de su vida, como Mamá Icha, pueden aspirar a morir en su nido. (No en vano el acceso de las mujeres a la tierra es un punto central del Acuerdo de La Habana).
La narración, protagonizada por María Dionisia Navarro, Mamá Icha, de 93 años, comienza en un hogar colombiano instalado en Filadelfia, corazón histórico de los Estados Unidos. El icónico Liberty Place es el punto de partida que lleva a ese entorno íntimo y complejo en el cual, entre el olor del cocido de pollo y puerco, el aroma a Menticol y a trapos arrumados, una familia de inmigrantes vendedores de comida criolla lidia con la angustia de una abuela a quien la jala su tierra después de 33 años de exilio elegido.
Mompox, Patrimonio Histórico de la Humanidad, es escenario central de la historia de una madre de seis hijos y de su patrimonio, una mujer sujeta a las fluctuaciones de la condición humana…
El productor y director antioqueño Óscar Molina investigaba sobre migración cuando por intermedio de Michelangela Ortiz, nieta de Mamá Icha, conoció la historia: “Son migrantes que construyen con remesas la casa que siempre soñaron en su lugar de origen. En muchas de estas historias, después de un gran esfuerzo transnacional de enviar y pensar esa casa desde la distancia, concretan en dónde tener esa casa, en el lugar que dejaron, en el que sienten pertenencia, pero muchas veces tienen dificultades para regresar y habitar esas casas. El regreso es la gran dificultad para habitar”, dice el documentalista y director de la productora Actor Inmaterial, quien rodó el documental durante dos años y medio, e invirtió cuatro en producción y consecución de recursos.
“¿Cómo se ve alterada la propia definición de ‘hogar’ cuando ha sido afectada por la migración? ¿Cómo estas casas son testimonios de las desigualdades políticas y económicas entre territorios? ¿Es posible que un emigrante cumpla el sueño de volver a casa?”, son algunas de las dudas que plantea La casa de Mamá Icha, parte de una trilogía documental transmedia sobre migrantes (con La casa de los ausentes y Mi casa My Home).
La incomodidad de La casa de Mamá Icha no radica en la cámara invisible de Molina ni en su voz curiosa que interactúa un par de veces con los protagonistas, sino en los decires de una nonagenaria cuyos pies, aunque cuelgan de una silla mecedora, se convierten en portentosas raíces: “El amor de la tierra uno nunca lo pierde”. “La tierra es sagrada”.
* “La casa de Mamá Icha” se exhibe en las salas de Cine Colombia.