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Antioquia 20,0

Ana María Cano Posada

08 de agosto de 2013 - 06:00 p. m.

Horizontes y Antioquias. En plural los dos, Antioquia y su horizonte.

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Aunque haya querido en 200 años de pataleo por la independencia lograr una identidad única y reconocida, este pueblo acostumbrado a la batalla alberga la terrible idea de ser una raza aparte con las consecuencias que ya se conocen cuando ese término alude a una categoría superior.

Al cumplir 200 años de independencia, Antioquia se revuelve al tratar de sacar una conclusión sobre lo que ha pasado desde que la esclavizaban y colonizaban otras fuerzas hasta hoy, cuando nada está claro. Una puntada importante para descubrir la lucha ardua por reconocernos a nosotros mismos como desconcertados y melancólicos habitantes de un paisaje soberbio, pero con una rabia interior cercana a la antropofagia, la da el Museo de Antioquia. Revela en su exposición Antioquias el molde estrecho en el que se ha buscado vaciar esa identidad arisca que no es una sino muchas. (Será por eso el nombre de Anti-oquia).

De aquel cuadro apacible y triste de los desplazados de la época del primer centenario de independencia, en el que el pintor Francisco Antonio Cano retrata a una pareja de campesinos cargando un hijo y el hombre señala con su mano izquierda a lo lejos la ciudad a donde tendrán que llegar para buscar cómo sobrevivir, desde entonces otras muchas marcas han llegado. Carlos Uribe, artista de este momento, llama New Horizons el retrato de tamaño real de Pablo Escobar que señala con el mismo gesto las nuevas rutas que siguen los tráficos que alentó. Y para sacudir todavía más las certezas que se cultivan con primor, sobre el bello edificio art decó del Museo, se lee la palabra “Hantioquia”, con esa hache muda que grita.

Escandalizado se declara Juan Gómez, político local e ideólogo de la que ha sido caja fuerte para la llamada antioqueñidad, encarnada por El Colombiano: 102 años al servicio de las ideas fijas. Por este motivo y por estos mismos días, otra columnista de opinión de ese diario, la señora Marulanda, declara que con sus impuestos no pueden financiar los anticonceptivos que dan en los centros de salud porque promueven la promiscuidad. Esa es la Antioquia donde el cambio que más funciona es la reversa.

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Partimos de las contradicciones sobre las que estamos fundados. En 1813 es un dictador nombrado (¿?) Juan del Corral quien declara la independencia de Antioquia y a la vez la libertad de partos, para que las esclavas lo sigan siendo pero sus hijos sean libertos. Y después vienen reformas y contrarreformas en educación, en religión, en economía, que nos han hecho caminar en zigzag como los campesinos al bajar una ladera. Recientes ejemplos son el exgobernador Álvaro Uribe Vélez, cuyas ideas se volvieron nacionales, y su contraparte Sergio Fajardo, un gobernador matemático y educador. Los opuestos florecen.

Desde aquel canto que Epifanio Mejía hizo al antioqueño y se volvió himno (y su autor enloqueció), la tensión entre el hacha que mis mayores me dejaron por herencia y la libertad que perfumas, está presente.

De Mejía en adelante son los escritores que han dado cuenta de esta amalgama de ímpetus e imposibilidades. Hago una lista corta para celebrar el bicentenario con una cosecha de espíritus libres: Porfirio Barba Jacob, Fernando González, Gonzalo Arango, León de Greiff, María Cano, Manuel Mejía Vallejo, Sofía Ospina, Fernando Vallejo, José Manuel Arango, María Teresa Uribe, Tomás González, Piedad Bonnett, Helí Ramírez, Víctor Gaviria y Héctor Abad, exploradores de una independencia mental para Antioquia. Una Antioquia 20,0.

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