EL DESCONCIERTO Y LA DESAZÓN imponen una necesidad de recurrir a otras señales de sentido.
A algo que se salve de la aplanadora que viene allanando todo lo que se diferencie. Buscar en medio de la estrecha galería de personajes colombianos a unos rescatables a toda prueba ayuda a sobrepasar el decaído amanecer en este mismo país otro día. Contrastar al desvarío político y mental, el pensamiento y la coherencia de estos intachables, fértiles en hacer de su vida algo de celebrar, así no se lo hayan propuesto.
Hay que acudir a esto después de esa mala señal del silencio que cayó sobre la voz confiable de Claudia López, columnista desactivada que anuncia una campaña electoral que usa manipular y amedrentar. Parece que vamos hacia otra hegemonía, una nueva regeneración (como la de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro) que se ha alzado en hombros de dos presidencias de Álvaro Uribe con sus imitadores, más capaces de brincar límites éticos que sus antecesores. Después de la ilimitada primacía queda una sola voz cantante que disuelve discrepancias y críticas como estorbos. Ver desaparecer a Claudia López anuncia la oscuridad que sigue.
No trato de proponer nombres que restablezcan la confianza electoral. No. Es algo más intemporal y más esencial; es una manera de ser la de estos dos personajes que podrían escogerse como arquetipos nacionales compuestos de coherencia, lucidez y auténtica materia prima personal. A estos dos nombres los equipara un gran sentido de lo que han hecho con su vida. Una obra personal vivida. Dedicaron su saber y su sensibilidad, sin pretensión ninguna de tener resonancia colectiva, a mantener una vida útil para otros a partir de su talento. Ambos carecen de vanidad y egolatría de la que hay tanta alrededor. Estos dos imprescindibles son la artista Beatriz González y el empresario Nicanor Restrepo.
Cada uno ha obtenido reconocimiento social por su obra pero esto no tiene importancia en el valor de sus vidas. Beatriz González saca la imagen que deja a la memoria del material más popular y de la propia historia del dolor nacional, en figuras o colores profundos como una voz continua de nuestra tragedia de confesarnos incapaces de parar la muerte. En el Cementerio Central en Bogotá o en la figura de Yolanda Izquierdo, la líder desplazada asesinada, con los cargueros de tantos cadáveres, Beatriz cumple la vital tarea de recordarle a la sociedad su tarea pendiente. Y ha hecho del Museo Nacional un resguardo de la identidad colombiana.
Por el lado de Nicanor Restrepo, un empresario conocido por su capacidad estratégica en grupos económicos colombianos y por su responsabilidad al haber hecho parte de la comisión de paz en época de Belisario Betancur, ha resuelto dedicar su retiro de ejecutor a volverse pensador sobre la manera como el poder se ha organizado en Colombia en torno a extraños componentes. Un doctorado en París y distanciarse de este dislocado momento hace que él sea una reserva para señalar en oportunos círculos, el vicio de repetir equivocaciones conocidas como una manera de darnos por vencidos.
Ambos, Beatriz y Nicanor, han dado a la autenticidad, a la verdad y a la independencia todo el valor que tienen. Valor que hemos descontinuado en estas recientes épocas. Hay que rescatarlos.