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ERA IMPROBABLE QUE EL DIQUE DE opinión que respaldaba y acuñaba al presidente Juan Manuel Santos pudiera mantenerse intacto después de meses de embestidas normales de los apremios colombianos.
Se resquebrajó ya el muro de los columnistas que lo elogiaron de manera sospechosamente unánime por su estilo, como la gran diferencia que ofrecía. No bastaban unas vacaciones de la iracundia anterior para sobreaguar a la corrupción generalizada que nos azota.
Y es que su estilo tiene algo ficticio. Ese aire de merecerlo todo, que lo hace pasar cumpliendo su tarea en los cargos en los que ha estado; el servirse de su experiencia de cadete de la Armada colombiana, de máster de economía del London School of Economics y de administrador público de Harvard; su vestimenta a la inglesa y el retrato de familia con señora elegante e hijos no lanzados a los negocios, al menos no por ahora. Es J.M. Santos un modelo para armar que llegó a la Presidencia reuniendo todas las fichas de un rompecabezas político en el que Uribe dejó desbaratada Colombia.
Y desde que Santos llegó ha encontrado cómo delegar todas las responsabilidades. Al vicepresidente Angelino Garzón le cedió los paros de transportadores, los salarios, las jubilaciones, la reparación y toda complicación de raigambre popular que se presente. Al invierno, que abrió las compuertas de los desastres, le encontró su “zar de la reconstrucción” en un banquero que iba al retiro. En los wikileaks que han enlodado al anterior gobierno, el tiempo en el que Santos fue ministro de Defensa con los falsos positivos, todavía no lo toca. A más turbias sean las aguas de la anterior presidencia, más puede su mandato pasar agachado entre grietas de inseguridad, de pobreza, de corrupción. Forma parte de su estilo visitar los ministerios para tomarles la lección sobre cómo va la gestión, con el mensaje de que en otras manos está lo que pase.
La ley de tierras y la reparación de víctimas, que son su gran consigna (aunque la idea no sea suya, pero es decisiva para Colombia), están en manos de otros. La posibilidad de salir del conflicto se aleja ante los gestos de las Farc que sirven para justificar la guerra. El medio ambiente y el riesgo de acabar con nuestro patrimonio biodiverso están también en otros sin que el presidente asuma un protagonismo. La galopante corrupción es herencia de gobiernos anteriores y en especial de la era Uribe, pero aún así no se exonera a un presidente serio, que se presume tecnócrata, para encontrar un instrumento que interponga a la generalización del desmadre.
Reconocen los columnistas que el presidente Juan Manuel Santos es un hábil político porque es capaz de hacerles creer a otros políticos más avispados que les hace caso. Pero todo esto no es suficiente para definir a quien parece un personaje de Oscar Wilde: su registro fotográfico es revelador de la esencia. La pulcra aparición del presidente en cada ocasión, por la cual los periodistas dicen que es un estupendo entrevistado, que sabe dar respuestas cortas y contundentes; su manera de posar espontáneo en fotografías premeditadas al lado de una floricultora, o con un record guinness miniatura montado sobre sus piernas. El presidente Santos sabe vadear la atención pública de lo importante hacia asuntos banales.
Es un relacionista único. Alguien que podría ser un diplomático de calado, pero que hoy está encargado de recomponer el cauce nacional. Ay, país, país, país.
