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Estrato: indefensos

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Ana María Cano Posada
17 de diciembre de 2010 - 03:14 a. m.
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LOS AÑOS DEL RUIDO FUERON UNA referencia acuñada por la incertidumbre que cundió ante un fenómeno natural inexplicable, bien narrado por Eduardo Caballero Calderón en su libro Memorias infantiles.

Desde siempre el irreductible poder de la naturaleza se contrapone a la soberbia de quien se cree su dueño y controlador.

Aquí en este país pródigo en climas y especies, la tierra ha comenzado a pasar una cuenta de cobro implacable por los desafueros cometidos con ella. Por esto llegará a conocerse esta época como “los tiempos del gran invierno”, o la “pequeña glaciación”, o el “diluvio que no paraba”.

Los casi dos millones de damnificados, los 10 billones de pesos de pérdidas, la extensión de hectáreas sumidas bajo el agua, el desmoronamiento de la infraestructura, han hecho un enorme borrón en la historia reciente colombiana. Un asunto de terror. Entre otras razones, porque la costumbre de contabilizar víctimas cada temporada invernal, volvió esta recurrencia parte del paisaje, pero nunca alcanzó la proporción que tiene ahora. Es un antes y un después del gran invierno, que tendrá que ser por la fuerza una reconstrucción nacional, una priorización y racionalización de recursos para levantar de nuevo al país y a sus habitantes tras esta gran tragedia que no ha tenido excepción. Todos los colombianos emparejados en un sólo estrato, el de la indefensión. La naturaleza tiene el gran poder de aplanar diferencias y devolver una sola y única dimensión humana, la de rendirse ante su dictado.

Otros países tras huracanes y terremotos de precisa duración, han logrado sobreponerse, a excepción de Haití, pero este prolongado y feroz invierno colombiano tendrá que ser asumido como punto de partida para una reorganización total que mucha falta hace. Si el presidente Juan Manuel Santos se compara a sí mismo con Churchill, podrá demostrar su capacidad de liderar un reto histórico, ahora cuando la corrupción campea, cuando la violencia que arrecia ha causado legiones de víctimas y destierros, pero todo se ve desbordado ante la peor catástrofe natural colombiana. La tabla rasa que impone el agua hace descomunal el tamaño de la recuperación.

Los geólogos y los estudiosos de las ciencias de la tierra están llamados a ser protagonistas en esta hecatombe (esta sí, no aquella otra supuesta) para actualizar al país en un estado de cosas real con respecto a la deforestación, a las reservas naturales, al irrespeto de los cauces, a la ausencia de retiros para las edificaciones, al descontrol de la ganadería extensiva, a la contaminación de residuos sólidos en las aguas y todas las causas por las cuales el fenómeno de “La Niña” y el calentamiento global se recrudecieron en este territorio nacional más que en otros.

Así mismo un registro detallado de los deslizamientos y represamientos que han sepultado e incomunicado a tantos, debe servir de guía para hacer un nuevo plan de emergencias que contemple los riesgos reales. En las ciudades los planes de ordenamiento territorial, las corporaciones autónomas regionales, los municipios y los curadores tienen que responder por su cuota de responsabilidad en esta imprevisión que nos hará recordar el invierno implacable en el que todos fuimos impotentes. Esta línea divisoria tiene que servir de imposición para decapitar cierta soberbia e indiferencia colombiana, para barajar y volver a dar, como le gusta al tallador que nos gobierna.

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