Al comienzo de la década de los 90, los jóvenes fueron protagonistas de diversos sucesos de violencia en Colombia: asesinatos, secuestros, narcotráfico y guerrilla, entre muchos otros. Para muchos no existía una clara alternativa de vida, de desarrollo personal, educativo y profesional. Era una situación compleja. Se plantearon y se trabajaron distintos programas: educación, formación técnica, emprendimiento con microempresas, deporte y cultura (uso del tiempo libre). Una solución vino de Venezuela de la mano del maestro José Antonio Abreu con el Sistema de Orquestas Sinfónicas Juveniles e Infantiles. Abreu, un visionario, músico y economista, comenzó con un programa de resocialización de 11 jóvenes en un garaje de Caracas en 1975, y “con un instrumento y la música estos jóvenes encontraron un proyecto de vida, una razón para aprender, para estimularse, para formarse, independientemente de cualquier ambición profesional”.
La Fundación Batuta, Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Colombia, nació con la asesoría del maestro Abreu hace 26 años. La diferencia con Venezuela fue la financiación por el Estado venezolano, que ha permitido atender a más de dos millones de jóvenes. En Colombia no fue así: la empresa privada participó, pero el Gobierno fue tímido y nuestra atención hoy es de 38.031, y de 400.000 durante su existencia. Esto sin sumar otros programas similares que nacieron después en Bogotá con la Orquesta Filarmónica, Medellín, Cali y otros del Ministerio. Se ha hecho mucho, pero nos falta.
Batuta ha sido importante como modelo de concertación y trabajo mancomunado del sector público y privado, en el que hay un convencimiento de la función social, cultural y económica de la formación musical de excelencia, centrada en la práctica colectiva, desde una perspectiva de inclusión social, derechos y diversidad cultural que se ha traducido en una mejora en la calidad de vida de muchos colombianos.
Y es que la música y las orquestas son incluyentes, integradoras, como decía Plácido Domingo sobre el sistema: “La música es una forma de vivir y un lenguaje privilegiado para comunicarse que no discrimina al pobre ni al rico. Al dotado ni al torpe. Al blanco ni al negro. Al atleta ni al paralítico”. La música da identidad y dignidad, decía Abreu, y es que pertenecer a una orquesta, llegar diariamente a un centro musical, da pertenencia, da un sentido de vida, genera respeto, disciplina, convivencia, concertación. Un periodista de El País decía: “Abreu mostró que los recursos gastados en cultura y enseñanza artística revertían en la riqueza nacional a través del progreso humano, y dejó en evidencia el circuito cerrado que perpetúan el dinero público malgastado y la corrupción”.
El maestro Abreu nos dejó un importante legado, fue un visionario planteando que la música crea puentes, que la violencia y la pobreza se combaten con educación y cultura. El movimiento musical, bien de Batuta u otros, ha dado sus frutos cuando hoy Andrés Orozco ha sido elegido como director de la Orquesta de Viena. Felicitaciones. Ojalá tengamos más música y más talentos como él. El maestro Abreu nos dejó su semilla y hay que crecerla. Ojalá el próximo gobierno vea en la música un programa para la convivencia y la paz que tanto necesitamos los colombianos.