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Le acabo de preguntar si no tiene miedo. Sé que la pregunta es tonta pero no puedo evitar hacerla. Las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), la nueva expresión del paramilitarismo colombiano, lo amenazaron en abril de 2016. Y dos años después, en abril de 2018, intentaron matarlo. Llegaron y dispararon contra su casa, él escuchó los balazos, salió por la parte trasera de la vivienda y corrió hacia una montaña, por eso se salvó. “De verdad, ¿no te da miedo, Orangel?”, insisto. “Claro, todos los seres humanos sentimos miedo”, responde. Entonces, consciente de mi estupidez, agrego: “¿Y por qué sigues?”. Orangel ignora mi última pregunta. Está parado frente a mí, que estoy sentada sobre las protuberantes raíces de un árbol que hace parte de la selva que flanquea al río Catatumbo. Y, segundos después, cuando pienso que dejó de prestarme atención, dice: “Claro que me da miedo… A quién no le da miedo imaginar que un día ya no va a volver a ver a su familia”.
La última frase la suelta con la voz quebrada, mirada al suelo y ojos llorosos. Orangel quedó estancado en la pregunta del miedo, por eso me responde como respondiéndose. Y como quiere evitar el llanto, se sienta a mi lado y se estruja los ojos con las yemas de sus dedos. Pasamos un par de minutos en silencio y, de repente, me pide que mire al frente, que “mire de verdad”. Lo hago, aprecio en detalle el enorme río y la frondosa selva que llegan más lejos de lo que me alcanza la vista. “Ahora cierre los ojos”, me dice, “cierre los ojos e imagínese que todo eso ya no está, que lo arrasaron… ¿Vale la pena luchar por esto? Vuelva y mire y responda usted si vale la pena… Por eso es que sigo, aunque viva con miedo”.
Orangel Galvis es líder de Asuncat, una asociación campesina del Catatumbo, nororiente colombiano. Y es tan parecido a Juana Perea, la líder comunitaria y ambiental que fue asesinada el pasado 28 de octubre en las costas del Pacífico chocoano, occidente colombiano. Ambos amenazados por los paramilitares de las AGC, ambos les hicieron frente, ambos tuvieron miedo pero no se dejaron intimidar. Orangel es defensor de su territorio, Juana se oponía a la construcción del Puerto de Tribugá. A ella ya la mataron, a él lo intentaron matar. Y ninguno es héroe, solo personas que aprendieron a reconocer la tierra que habitaban.
En el documental Expedición Tribugá, película sobre la biodiversidad de este golfo que fue amenazado con la construcción de un puerto, la bióloga marina y oceanógrafa Sylvia Earle dice: “Es un lugar que puede tomar el rumbo hacia el desarrollo humano, con propósitos humanos a corto plazo, lo que generaría una gran pérdida y un impacto a largo plazo. O existe la posibilidad de comprender lo invaluable de tener sistemas inalterados. Porque, una vez este lugar se convierta en un sitio industrial, no hay vuelta atrás”.
El documental también reseña una anécdota sobre 75 especies de mariposas que se encuentran en una región de Colombia y que un extranjero impresionado le dice a quien hace el conteo: “En Canadá no tenemos ni la mitad”, a lo que este responde: “Es que en Colombia las mariposas son flores que aprendieron a volar”. Se acaba 2020 y pienso en los líderes asesinados. Tal vez los líderes sociales sean eso, personas que comprenden lo invaluable, lo que no se puede comprar; tal vez por eso los cazan, son flores que aprendieron a volar.
