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Yo no sé cuántos niños y jóvenes salieron el domingo a hacer las gambetas de Pinilla, los goles de Cuervo, a ser panaderos, a jugar con un balón cualquiera en el cemento. No lo sé, pero con seguridad fueron miles.
Esa es la magia del deporte, la capacidad de generar ídolos y de enviar mensajes para la réplica. Todos, cuando fuimos niños, tuvimos héroes que queríamos imitar en el recreo, en el barrio, en los juegos en familia. Héroes que veíamos por la televisión cumplir los sueños de otros.
El sábado 26 de marzo de 2011 quedará para siempre en el recuerdo de los hinchas del fútbol y del deporte colombiano en general. Ese día, las tribunas estuvieron a reventar. Los gritos de “Colombia, Colombia, Colombia” retumbaron por todo el coliseo. En la cancha, un grupo de gladiadores vestidos de tricolor logró el sueño. En las televisiones del país, millones de hinchas lo atestiguaron.
Colombia fue campeona del mundo en fútbol de salón o mal llamado micro. Campeona sin atenuantes y sin quejas. Campeona, campeona. Sin lágrimas pero con aplausos.
Ver a Pinilla, un maestro del balón, del sutil engaño de la gambeta y la efectividad del gol subido y abrazado con desconocidos en la tribuna, con el rostro ido de la emoción y la alegría, y gritando su emoción hasta quedar ronco, luego de un gol magistral, es una imagen memorable y heroica.
Esta selección logró recordar grandes gestas del deporte que seguimos a través de la caja mágica, por el radio, o simplemente por el voz a voz y que nos llenaron de orgullo. Cochise, Pambelé, Herrera, Happy Lora, Ximena Restrepo, María Isabel Urrutia, Montoya, o el empate 4-4 frente a Rusia, la clasificación a Italia 90 con el gol del Palomo, el 1-1 ante Alemania o el 5-0 ante Argentina, volvieron a vivir en la nostalgia.
Esta selección logró algo que es esencial para la creación de deportistas ganadores y para la confianza del país: saber y creer que se puede ganar, demostrar superioridad, pasar del dicho al hecho y, sobre todo, demostrar que se puede ser primero con dignidad y grandeza.
Gracias a todos los muchachos, a los entrenadores y hasta a los directivos, que lograron devolver la ilusión y que, sobre todo, crearon unos héroes que son además buen ejemplo. Gracias, porque un país como el nuestro, donde la muerte y la corrupción rondan en cada esquina, necesita momentos como los del sábado, cuando de verdad se sienta uno orgulloso de ser colombiano.
